Así da gusto ser puta
Y Dios creó a la mujer
Siempre los he esperado con nervios. 20, 30 hombres, quizá más y yo delante de ellos, desnuda, ofrecida.
Cuando se da la señal se aproximan por todos los flancos media docena de hombres de inquietos falos se ciernen sobre tí. Entonces disfruto de postrarme, cual adoradora pagana, y catar con esmero cada uno de los que me son ofrecidos. No es un trámite, no es un acto de espera para lo siguiente,es pleno y tremendo y gozoso.
Sus manos buscan, recorren y yo me abro para no negarles nada, para que esa frase tan común en sus oídos de «quita!» o bien «ahora no», que esa frase de desprecio femenino salga de sus mentes por unas horas. Y alguno, valiente, se tira al ruedo y toma como macho por derecho, y me hace sentir de nuevo, plenamente mujer.
Y a partir de ese instante uno tras otro, mano a mano, en una verbena de gemidos y éxtasis, de gozo y placer.
Pero el otro día por el rabillo del ojo podía ver a otra mujer de hermosas carnes, Kelly, que repartía placer a cuantos se aproximaban a ella. Y entonces ocurrió lo inesperado, una tercera mujer entró en escena, una mujer que conozco y deseo desde que la supe como puta y ya no tuve descanso hasta unirme con ambas.
Entonces ya sólo existían ellas, sólo sus labios carnosos, sólo sus sexos como heridas abiertas, me llamaban. No sé si fue primero su boca o antes su pecho, no sé cuántas manos aparté para hacerlas mías. Me tomaban libremente mientras yo gozaba de esos cuerpos deliciosos.
Y le perdí a Anna si tenía ella ganas, pues las mías venian desde hace años. Y al decirme que sí, pedí a los dos hombres de mis costados que me elevaran, que me pusieran a la altura de sus hombros; ella esperaba con el rostro en alto y la boca abierta. Y así, sin dejar de tocarme, justo en el punto de disparo de un orgasmo, empezó a fluir una lluvia dorada y cálida, mojando, fecundando, inundando. Conservó parte en su boca y nos fundimos en un beso, en el beso de dos hembras entregadas a su naturaleza.
Besos
Lavando el coche
Simplemente le llevaba otro coche. Me gusta mantenerlo limpio, que él se cobre libremente según su capricho le dicte.
Ya le debía faltar poco para terminar y me fui acercando al sótano. Iba hablando distraída por teléfono, entonces me fije en un operario jovencillo que ya se iba de la zona de lavado.
Tienes un rato libre , esa fue mi primera pregunta. Me entendió fácilmente, alguna insinuación más sobre mi aburrimiento y ya empezó a negar que pudiera. Que estaba felizmente casado, que no podía,…
Sólo se me ocurrió darle un par de regalos visuales, sin pretensión de cambiar su opinión, sólo por ponerle un poco más nervioso.
Él seguía negando que pudiera hacer nada y, sin embargo, caminaba a mi lado y respondía a mis preguntas sobre dónde podríamos tener un momento de intimidad.
Y sin más se encontraba abriendo una portezuela y dándome paso a un momento de intimidad.
Le temblaba todo y no le di opción de echarse atrás, me despojé de mi ropa con un solo gesto y le dejé que me comiera con los ojos y me recorriera con sus manos. Y fue con ellas con las que buscó mis recovecos, colocándome enfrente, sin dejar de mirarme pero sin soltar un solo beso.
Y ellas fueron las que comenzaron a moverse, nada sutiles, casi impertinentes, bruscas, acelerando mi pulso, provocando mis gemidos. Y con las piernas aún temblando me coloqué de rodillas, busqué su verga enhiesta y la expuse, casi como objeto de veneración, para lanzarme a besarla y chuparla. Llevó sus dos manos a mi cabeza, sujetándome, se dejó resbalar hasta sentarse y entonces comenzó a moverse y empujar como si fuera mi boca lo que quisiese penetrar.
Unos cuantos movimientos más y sus gemidos ahogados acompañaron a su dulce nectar. Delicia inesperada, pensaba mientras recolocaba mi indumentaria.
Y, con paso algo más ligero, me dispuse retirar mi vehículo a la par que mis bragas.
Besos
Sorpresas te dá la vida
Jamás nadie le creerá, por más que lo jure o lo confiese entre cañas.
Elecktra me avisó para compartir un cliente. Nada más me dijo pero ambas gustamos de las sorpresas. Iba un tanto distraída, hablando por teléfono hasta llegar al portal. Allí andaba un chaval jovencito y bien vestido con una identificación de empresa al cuello, llamaba al telefonillo y nadie le abría. Me cedió el sitio para que yo intentara y entonces, desde ese pequeño escalón y mirándole fijamente le pregunté aquello que muchos hombres desearían escuchar de una desconocida: ¿Quieres sexo?
Se quedó petrificado, hube de repetir la pregunta, sin aportar muchos más detalles. Simplemente tomé su mano y le conduje al interior del portal. Un beso en mitad de las escaleras y subió con brío hasta la puerta.
No había avisado, así que mi amiga nos abrió totalmente desnuda. El chico casi se desmaya de la impresión, una belleza, de generoso busto, curvas tremendas pero con un detalle entre las piernas que hace de ella la mujer perfecta. Era la primera vez que contemplaba semejante prodigio.
Por toda explicación le dije que me lo había encontrado abajo, entonces ella, afirmando que era mono y sabiendo ya que el chico jamás había conocido las mieles de un travesti, le agarró de la nuca para comenzar a besarle mientras le desnudaba.
La siguiente sorpresa me la dio ella a mí. En la habitación estaba su cliente esperándonos pero también había un bello chaperito de cuerpo lampiño y elongados volúmenes. Éste de lo que no había gozado nunca era de una mujer.
Así que estábamos en una habitación dos hombres, un travesti, un gay y yo y cualquier combinación podría ser posible.
Las dos cojeamos de lo mismo, nos encantan los novatos, así que aferramos cada una al correspondiente como novias sedientas de pasión, para ir quitándoles todos sus miedos a base de excitación. Y a ratos les soltábamos un instante, nos mirábamos y volvíamos a despertar la lujuria.
Un mar de cuerpos entrelazados, de miembros generosos, enhiestos. Y yo derretida ante tanto potente placer.
Y estaba caldeándose sobremanera el ambiente cuando nuestro jefe decidió reducir los participantes a los iniciales y nos invitó a salir, primero al chaval y después a mí.
Me quedé con ganas de más de todo, con la entrepierna inquieta y las retinas impregnadas de ese olor indescriptible y brutal a sexo animal.
Besos
El aceite de la vida
Era una mañana de un día cualquiera, Miércoles si no me equivoco. Cuando llamó contándome que estaba con su mujer y que querían conocerme, no terminé de creerlo. A veces me pasa, no me creo a mi interlocutor, quizá porque llama gente con milongas casi todos los días. El caso es que tardaron un rato en mandar la dirección y dí por hecho que no habría cita. Gracias a Dios entró un mensaje, aquella cita debía producirse. Él un poco más joven y con su punto de morbo malote. Ella…Uf! Tuve que respirar y relajarme para que no se me notara la caída de mandíbula. Alta, delgada, pecosa, de pechos pequeños, una de esas mujeres que tanto he visto en v ideos Internet. Mi primera intención fue caer sobre ella cual plaga de langosta. Pero lo tenían pensado de otra manera. Dejó deslizar sobre los hombros la bata de seda y con movimientos gráciles se tumbó en una camilla. Vendó sus ojos. A partir de ese momento su cuerpo sería milimétricamente mío. Él comenzó por los pies, yo por la espalda. No soy masajista pero puedo jugar con el aceite. Aquello era un regalo, poder darme el tiempo que quisiera para palpar delicadamente cada lunar, cada hueco, cada hendidura, escotadura, recoveco. Dejaba escurrir entre mis manos el aceite para que fuera chorreando. Deslizando mis manos lo extendía. Aquello dejó de ser un masaje para mí y se convirtió en un acto de culto a la belleza femenina, un deleite absolutamente egoísta. Cuando tuve acceso a los pies nos dejó solas. Subida yo también en la camilla recorría mi cuerpo con sus pies. La tentación fue demasiado fuerte y los fui aproximando a mi boca. Me puse como loca besando sus pies, lamiendo sus deditos, restregándome como las gatas en celo. Estaba boca abajo ahora. Desde atrás fui deslizando mi cuerpo sobre el suyo para notar en toda mi piel su contacto. Y en el cuello mi boca no evitó algunos besos. Al retirarme, tan despacito como llegué, me detuve el esa preciosa manzana ofrecida ante mí. Bocado delicioso, jugosos agujeritos, delicado sabor. Y comenzó un juego de lengua, dedos, labios, manos, mientras que ella jadeaba y se retorcía, sin abrir los ojos, sin decir palabra. Y luego boca arriba, buscando con avidez sus pezones, entrelazando mis piernas con las suyas en posturas cuasi circenses de acoplamiento mutuo. Aquellas horas fueron de adoración delirante. Pasan por mi retina despacio, con movimientos sutiles, con todos sus matices. Nunca tuve una mujer entregada de esta forma, dedicada sólo a recibir cuanto yo quisiera darle. Una muñequita regalada a mis sentidos.
Besos
El regalo
Nada indicaba que fuera algo distinto de una cita más.
No nos conocíamos y se retrasaba, ya andaba yo un tanto mosca. Le llamé de nuevo y aún no había salido pero me dijo que me llevaría una sorpresa para que le disculpara.
Al abrir la puerta ya me pareció que sería algo insólito, mas poco podía ver con tan poca luz.
Lucía nos esperaba en la habitación y quedó enmudecida por lo que teníamos delante.
Con esos taconazos superaba con mucho el metro noventa, melena larga y rubia, tipito estrecho de teen. Minifalda de escándalo, transparencias y cuero por arriba, anillos, collares y pendientes, hermoso marco para esta joya. Una muñeca preciosa, seria y apetitosa. Cuando se relaja y va tomando confianza, su amplia sonrisa comienza a aparecer, muestra unos dientes blancos y los ojos vivos.
Los primeros minutos de conocimiento mutuo, besos a dos, carmín en los pezones, caricias, ropa que cae, besos a tres, culos rotundos, un despliegue de cuerpos deseosos de disfrutarse.
Cuando me dijo que el regalo era mío, ya no hubo bajo el sol nada más para mí. La coloqué en el centro de la cama y yo, en un ladito, perdí el sentido. Entontecida recorría su cuerpo con mi vista y luego con los dedos. Se mostraba muy tímida, abría sus preciosos ojos y me seguía. La contemplé hasta bebérmela. Tras mis manos, mi boca. La fui cubriendo de besos.
La miraba a los ojos y me sumergía en sus labios. Y así pasaban los minutos y yo no me podía despegar de aquel vicio. Sólo hubiera renunciado a aquello durante unos segundos para cabalgar sobre ella pero para sentirla totalmente. Y me rechazó, dijo que sólo quería sentirse plenamente dentro de la madre de sus hijos!
Y como no me iba a conformar con menos de eso, preferí no subirme y buscar con mi boca lo que me negaba de otras maneras.
Su miembro era perfecto, con un diámetro apropiado para comer cómodamente, para jugar. Recto, hermoso, incitante, un juguete para lamer y saborear a fondo. Tumbada entre sus piernas, con mi cabeza bien cerca, quise recrearme en una felación sin prisas, hecha casi más para mi disfrute que para el de ella.
Y después de perderme en la contemplación, frotando mi cuerpo contra las sábanas en cada movimiento. Después de ese rato casi de adoración, volví a ocuparme de sus labios y a susurrarle al oído mientras nos masturbábamos al unísono.
Fue así como se corrió, como saltaron los chorros blanquecinos, como llenó su abdomen y su mano de ese precioso jugo nutricio que corrí a chupar, a degustar sus matices.
Aún nada sabía yo de su vida, ni tan siquiera su nombre, sólo que su rostro me resultaba familiar. Alguna preguntilla curiosa le dio pie para comenzar a contarnos sobre sí. Entonces su rostro dejó de ser algo familiar para reconocerla definitivamente.
Confieso que veo porno, mucho porno, que me encanta el porno. Bueno, pues en algún momento la temática de trans me resultó llamativa y la encontré a ella. Un detalle era el que me faltaba recordar para saber la causa de que videos porno me hubieran llamado tanto la atención como para recordarla.
Entonces me lo dijo: Pocas veces se encuentras bellezones así, jovencitas y, como remate, hermanas gemelas!! Eso impacta y no se olvida. Y yo no lo había olvidado. Brasileñas, como no y perfectas.
Y ahora aquí, a mi disposición, un sueño hecho realidad.