Blog MariaG

09/05/2012

Todo queda en casa

Filed under: La verdad no hay quien la crea — MaríaG @ 9:15 am

Esa misma noche lo escribí y he dudado mucho tiempo si compartir algo tan íntimo o no. Hoy me he decidido.

Después de veintitantos años apareció un recuerdo en mi mente. Era un recuerdo infantil.

Mi madre no estaba, mi hermano, 5 años mayor que yo estaba en su cuarto, yo, una niña de unos 10 años estaba en el mio. Él me llamo, me dijo que pasara. Le encontré tumbado en su cama desnudo y acariciándose.

No me sorprendí, solo sentía curiosidad por esa parte de su anatomía que nunca había visto.

Con la mano agarraba su miembro erecto y hacia movimientos de subida y bajada. Yo no podía despegar los ojos aturdida por ese vaivén. Me dijo que trajera la mano y tímidamente la fui acercando hasta que el me la agarro colocándola encima de “aquello”. Mi sorpresa fue en aumento porque su tacto era suave y tenía consistencia.

Mi hermano me pidió que moviera mi mano, primero me dirigió con la suya y cuando lo creyó oportuno me dejo hacerlo sola. Seguía admirada, lo que tenía entre mis dedos hacia que mi hermano se retorciera de gusto, que gimiera, jamás había oído tal cosa. Así que fui una buena chica y continúe haciendo lo que me pedía con una entrega total hasta que, de repente, su mano cogió con fuerza la mía y acelero el ritmo. Lo que sentí a continuación es indescriptible, unos chorros comenzaron a salir con violencia regando todo su torso mientras sus gemidos se intensificaban y su rostro denotaba un placer excelso. No sabia muy bien lo que había pasado pero me encontré mojando mis dedos en ese liquido viscoso y llevándomelos a la boca. Sabia bien.

Sé que no fue la única vez, una nebulosa rodea el recuerdo de otras sensaciones, el contacto de su mano en mi sexo, otras caricias.

Lejos de inquietarme este recuerdo despertó en mí un deseo morboso de buscar relatos, videos o lo que fuera sobre incestos, algo que estimulara mi imaginación. Me daba un poco de apuro contarle todo esto a mi marido, desde luego no quería hacerlo a palo seco. Así que empecé a fantasear mientras estábamos en la cama y no me costó mucho picarle con la curiosidad de los videos. Fue el quien consiguió material para solazarnos viendo hermanas primero y luego hermanos; nos poníamos como motos y nos entregábamos a la lujuria pensando barbaridades.

Un día me reconocí a mi misma que deseaba a mi hermano. Di un paso mas, le dije a mi marido que no solo le deseaba sino que quería ponerlo en practica: estaba loca por acostarme con mi hermano. Vi como se alteraba, su respiración se hizo mas intensa y me dijo que el también lo deseaba, que no entendía por que pero le ponia fatal pensar que me fuera a tirar a mi hermano.

Buscamos la ocasión para coincidir con los niños un fin de semana en casa de mi madre, no era muy difícil en semanas alternas, ya sabemos como va para los padres separados. Los peques en una habitación y en la otra dos adultos. Nos las ingeniamos para que, de forma natural, tuviéramos que dormir mi hermano y yo juntos mientras mi marido se preparaba su cubil en el salón.

Estaba realmente nerviosa, me parecía irreal que fuéramos a intentar semejante cosa. Mi principal miedo era el rechazo, que se escandalizara. Pero bueno, al fin y al cabo ya había existido antecedentes, lo máximo que ocurriría podría ser una negativa cariñosa, o eso pensaba yo.

Llego el momento de irse a dormir. Mi hermano se metió en la cama y me dio las buenas noches. Entonces yo me aproxime a su cama, le dije que me hiciera un sitio y me senté muy pegadita a su cuerpo. Retire las sabanas un poco, lo suficiente para dejar al descubierto sus hombros y comencé a acariciarle con toda la intención de que era capaz, desde los codos hasta la nuca. Tumbado boca abajo, ni se movió. Dijo que estaba muy roto y quería dormir. Esta era mi oportunidad, moví mi mano hacia la parte baja de su espalda mientras le preguntaba si no tendría un rato para mi, que su hermana estaba juguetona y quería hacerle una propuesta deshonesta.

Quiso no entender pero mi mano ya le agarraba el culo y le espete si nunca se le había pasado por la imaginación tirarse a su hermana. Por supuesto dijo que no. Entonces yo le confesé que yo si, que lo había deseado muchas veces. Fueron las palabras clave. Atrapo mi cuerpo introduciéndolo en su cama y comenzó a besarme como si fuera mi amante. Mi camisón voló por los aires. Algo animal se desato en mi, me coloque encima de el y me puse a besarle, acariciarle, a frotarme contra su cuerpo con pasión adolescente. Le sentía duro pegado a mi cuerpo y ya estaba yo impaciente por metérmela cuando me aparto un poco, quería meter su cabeza entre mis piernas. Yo hice lo mismo. Agarre su polla con ansia y empecé a comérmela disfrutando de cada movimiento y sin dejar de prestar atención al trabajito meticuloso que me estaba haciendo el. Ahora recuerdo que alguna vez mi cuñada me había dicho que era un buen amante.

Me tenía como loca, estaba deseando sentir su peso sobre mi. Deje de chupársela y me tumbe boca arriba, le dije “fóllame, por favor”. Lo estábamos deseando. Fueron dos empujones, primero solo el capullo, con el siguiente la metió entera. ¡Y yo sin poder gritar! Comenzó a moverse y lo hacia exactamente como a mi me gusta. Le abrazaba con las piernas mientras no dejaba de acariciarle.
Me pidió un poco de relax, estaba a punto de correrse y como el bien dijo, uno no folla todos los días con su hermano. Me alzo las piernas para dejar a su disposición mi coñito y mi culo y se puso a comerlos con entusiasmo. Yo estaba disfrutándolo pero no soportaba ni un instante más la lejanía de su miembro. Le pedí entonces que continuara con lo que estaba fallándome, que deseaba correrme. Ahora no bajo el ritmo, yo subía el culo, pegaba la cadera para poder sentirle más y la movía sin parar.

Entonces fue la explosión, los dos a un tiempo nos fundimos en un placer infinito. Y al ir recobrando la conciencia de nuestro cuerpo, seguimos buscando el contacto del otro.

Estuvimos un rato acariciándonos. Entonces le volví a preguntar si realmente nunca había deseado tirarse a su hermanita y esta vez confeso que si, que alguna vez esa idea había aparecido en su cabeza pero había sido rechazada. Entonces le conté dos pinceladas de mi recuerdo y se sorprendió, en su cabeza no había nada parecido, su mente había borrado cualquier situación delicada conmigo.

Quise entonces dejar abierta la posibilidad de que volviera a ocurrir y dándole un beso le pregunte al oído cuando volvería a llevar los niños a casa de la abuela.

Baje corriendo a refugiarme en brazos de mi hombre. Se lo conté minuciosamente dejando al final que comprobara lo que me había dejado mi hermano y que ahora mojaba mi entrepierna.

Seguro que no soy la única que vive estas experiencias. ¿Queréis compartirlo conmigo?

15/02/2012

Y los sueños, sueños son

Filed under: La verdad no hay quien la crea — MaríaG @ 2:18 pm

Hace unos años que me lo contó.

Estábamos en su casa, con un cafecito delante y quiso compartir conmigo su mayor fantasía, aquella recurrente, que tenía desde niña y que deseaba que algún día se cumpliera. Lo hizo con todo lujo de detalles. Estoy segura de que era consciente del estado de alteración que creaba en mí. Se regodeaba, cerraba los ojos. Ese día decidí que se lo regalaría.

Estaba sola en casa y lo estaría por todo el día. Me esperaba a comer.

Una hora antes de lo previsto llamaron a la puerta. Un hombre vestido con mono de trabajo, subido el cuello y con una gorrilla bien calada le dijo que era de los de la obra de la urbanización, que sus vecinos no estaban y si no le importaba que pasara al servicio. Cerró la puerta tras de sí y bajó las escaleras que conducían al salón. En ese momento unas manos le aferraron fuertemente por la espalda, tapándole la boca, sujetando  su cuerpo. Al oído le dijo que tenía que ser buena chica, que nada malo le pasaría, sólo quería pasárselo bien.

Ella se revolvió, intentó zafarse y gritar. Entonces la derribó en el sofá, ató sus manos en la espalda, tapó su boca, prometiéndola que la destaparía cuando ella quisiera, cuando se portara bien y le vendó los ojos. Le susurró “no te muevas, ahora vengo” y fue a abrirnos la puerta. Sigilosamente entramos. Me coloqué enfrente de ella, con la seguridad de que no sabía que era yo la que la contemplaba. Los dos hombres se desnudaron.

Yacía inmóvil, sólo agitada por su fuerte respiración. Cuando sintió que eran cuatro las manos que comenzaban a recorrerla, un grito se ahogó en su boca, el sobresalto la estremeció. Y la única voz que oiría durante todo el tiempo le reiteró que no le pasaría nada, sólo tenía que relajarse.

Fueron quitándole la ropa, con manos temblorosas, regodeándose en la contemplación de un cuerpo abandonado. Le quitarían también la mordaza y recolocaron las manos delante.

Comenzaron a besarla, por todo el cuerpo, se le entrecortaba la respiración. El cuello, sus preciosos pechos, los muslos, la boca. El primer beso lo rechazó, apartó la cabeza con brusquedad pero el chico insistió y ella primero aflojó el gesto y después le devolvió los besos.

Entre tanto mi marido acariciaba su vientre, abría sus piernas y dejaba el campo expedito para aplicar su boca. En unos minutos ella acompañaba aquella lengua anónima con el ritmo de sus caderas y leves gemidos se le escapaban. No resistí más. Me acerqué despacio y apliqué mis labios en aquel pezón enhiesto que me llamaba desde que lo había visto descubierto.

Se sobresaltó de nuevo, no esperaba que hubiera nadie más en la habitación, pero nada dijo y con sus manos juntas agarró la cabeza del que tenía entre las piernas dándole el ritmo y presión deseada. No tardó en acelerarse en comenzar aumentar  la intensidad de sus gemidos, a subir la cadera, a tensarse y aquellos “¡Sí,Sí!” repetidos, …

Su orgasmo no nos dejó indiferente. El primer desconocido acercó su miembro a la boca y ella comenzó a besarlo y chuparlo con pasión.

Yo me subí encima, cubrí su cuerpo con el mío para darme gusto, frotando mi coño contra el suyo hasta satisfacerme. Entonces le abrí paso a mi hombre, para que esta vez fuera él quien la poseyera. Fui yo quien la embocó, despacio, muy despacio se fue deslizando, perdiéndose en la humedad que la recubría, hasta que la tuvo llena, ensartada. Le subió un poco las piernas y comenzó a montarla a su ritmo, regodeándose en cada movimiento.

La intensidad era insoportable, estaba a punto de correrse, así que la sacó casi completa y así, desde la entrada la inundó con su leche. En el instante en que se separó metí corriendo mi boca, no quería desperdiciar ni una gota de ese nutricio líquido.

Con la lengua fui sacando todo lo que pude, gustándolo y fui a besarla. Su reacción me sorprendió pues lejos de hacer un gesto de extrañeza, se volvió loca comiéndome los morros, chupando hasta la última gota de semen que caía por mis comisuras.

No dejé de besarla mientras que el otro le daba la vuelta, colocándola como una perrita. Y seguí besándola mientras le comía el culito para preparárselo.

Daba grititos cuando comenzó a penetrarla y se intensificaron cuando consiguió meterla entera. Se oían los choques de sus caderas pero sus labios seguían aplicados a los míos. Hasta que el orgasmo de ambos llegó a la par y sus voces sus unieron en exclamaciones de placer.

Tumbada, derrotada, ya serena, le retiré la venda. Me llamó de todo entre risas. Y así desnuda nos ofreció algo de beber, como si allí no hubiera pasado nada.

Ahora la miro y no puedo borrar de mi retina la imagen de su cuerpo retorciéndose de placer. Oigo su voz y recuerdo sus exclamaciones. La huelo y reconozco el olor de su sexo. Es lo más parecido a estar encoñada. Me excita la idea de verla, aunque sea delante de una taza de café.

01/10/2011

Caprichos de la Naturaleza

Filed under: La verdad no hay quien la crea — MaríaG @ 3:10 am

Estuvimos largo tiempo delante de la pantalla del ordenador mirando fotos y haciendo alguna que otra llamada. Él es un cliente asiduo y nos gusta tener juguetes nuevos cada vez. Buscábamos una chica para un rato de pasión a tres. Varias llamadas infructuosas hasta que dimos con ella.

Llegó tarde. Alta, morena, española, dejó el bolso en la mesa, se quitó los zapatos y se encaminó a la ducha. Por petición de la recién llegada bajamos la luz un poco, pero no tanto como ella pedía, nosotros queríamos verlo todo.

Me llamaron la atención sus manos grandes aunque cuidadas y sus pies, probablemente calzaría un 42. De cuerpo estrechito, culo pequeño y prieto, pechos perfectos, de los que mi mano cubre sin problemas. Su edad me resulta un misterio, decía tener 25 y soy incapaz de decir lo contrario.

En cuanto estuvo a mi alcance le avisé de que a mí no me gusta el show, todo sería real. Se quitó la toalla y se colocó en mitad del lecho. Comencé a besarla; ella sacaba la lengua de esa forma tan impersonal que consigue ser distante aparentando mucho vicio. No, así no, pedí su boca, sus labios y me perdí en besarla, despacio, degustando sus matices, espiando sus reacciones.
Las manos fueron solas, se fueron cerniendo sobre aquellas delicias. Apretaba levemente, empleaba los dedos como mullen los gatos y me regodeaba en los pezones, los tironeaba despacio, presionaba con suavidad.

Me había olvidado por completo de que éramos tres cuando el ruego de que nos aproximáramos al borde de la cama me hizo volver a la realidad. Quería meter su cabeza entre aquellas esbeltas piernas y le facilité la tarea. Eso me permitía continuar con mi labor que me tenía embelesada. Y continué besándola. Cuando consideró que aquella delicia podía dar paso a otras mejores, le pidió que se pusiera a cuatro patas en la cama. Su culito en pompa nos ofreció un nuevo panorama casi tan deseable como el anterior. Preparé bien el acceso me relamía de gusto humedeciendo bien su coñito y se me escapa algún lengüetazo para el miembro que esperaba su entrada.

Y después de dejarle bien encaminado me coloqué a la altura de su cabeza para recibir a mi vez caricias muy húmedas. Pero éstas apenas llegaron. De nuevo una mujer pasiva. Bueno, me daría gusto yo misma con su cuerpo y seguro que él remataría la faena.
Durante un rato estuvimos dándonos el relevo, según salía chorreante de una, buscaba meterse en la otra; cambiando de postura, buscando nuestro placer. Yo no me despegaba de mi nuevo juguete y procuraba en todo momento tener entretenidas sus manos, al menos. Hasta que las fuerzas masculinas llegaron a su término natural y cabalgando sobre él me vi inundada del nutricio líquido.

Nos dejó solas un momento y entonces le pregunté si ellos se daban cuenta. Me miró como si yo fuera marciana y preguntó a qué me refería. Sonreí, guiñé un ojo y miré hacia abajo. Confesó entonces que no, nadie nunca se había dado cuenta salvo yo. La verdad es que la cirugía era perfecta, no se notaba nada llamativo, sólo una conformación particular de los labios menores. Y allí estaba yo con miles de preguntas que hacer y sólo unos pocos minutos antes de que nuestro cliente volviera del baño.

Todo fue intenso, delicioso.  Me gusta disfrutar del sexo en todos sus matices y llevaba tiempo deseando un encuentro con una mujer de nuevo cuño.   aquel día yo no buscaba más que la complicidad femenina y no pudem durante la hora que viví con ella, quitarme la sensación de que me habían dado gato por liebre.

16/10/2009

Los pijamas quirúrgicos

Filed under: La verdad no hay quien la crea — MaríaG @ 4:35 am

Hasta el momento no me lo había planteado, quizá porque la tendencia lógica es huir de los lugares que te puedan resultar conocidos por tu otra profesión. En este caso la tentación fue más poderosa. En una tranquila tarde de sábado me dediqué a chatear un rato. Juan estaba de guardia en un hospital. De mi edad, quién sabe si de mí misma promoción, morbeábamos con la posibilidad de ser ya conocidos, que le fuera a ver o quedar fuera un poco más tarde. Quedó en llamarme. Y yo me quedé imaginando cómo sería ir a trabajar al centro pero esta vez sin llevar puesto un pijama quirúrgico.

Alguna vez Carlos me había dicho si me acercaría a su trabajo y habíamos fantaseado con ello. Cuando me llamó y me propuso ir a verle, acepté primero y luego le pregunté dónde. No podía yo imaginar que se encontraba en el mismo sitio que mi interlocutor de hacía unos instantes, eso sí, en distinta unidad.

Así que me puse una faldita, algo cómodo para no tener que quitármelo y quedé con Carlos en la puerta principal. Dos besos y entramos juntos, ascensor, un par de plantas y aparecimos en un corredor. A la izquierda varias enfermeras se afanaban en su trabajo, a la derecha unas puertas sólo para el personal del hospital. Un saludo con la cabeza y nos dirigimos en dirección contraria a ellas.
Una sala de reuniones y un cuarto que cerramos a nuestro paso.
Cama, ordenador y un sillón con pinta muy cómoda. Allí de pie, temblando por los nervios del momento, comenzamos a besarnos sin parar de deslizar nuestras manos por debajo de la ropa. De rodillas le quité los pantalones y me afané por probar el sabor de su miembro. Al principio sólo subió mi vestido y me sentó en la mesa para acceder mejor a mí. Luego la ropa fue saliendo por los aires, esparciéndose por el cuarto. Apasionados, buscábamos nuestros cuerpos, lamiendo, chupando, tanteando con los dedos.
¿Podría llegar alguien? ¿Llamarían a la puerta? Con esa tensión por la posibilidad de ser descubiertos era imposible que la respiración se normalizara, la urgencia del encuentro avivaba mi deseo, sólo quería sentirla dentro, que me montara. Así se lo pedí y no dudó en darme gusto.
No parábamos de hablarnos al oído, de provocarnos. La silla, la mesa, cualquier cosa servía para nuestro fin, de pie o sentados, recostados también, sólo pensábamos en darnos placer.
El sofá lo recorrimos de un lado a otro persiguiéndonos hasta acabar derrengados y sudorosos.

Pocas horas después tenía entre mis brazos a Juan, esta vez fuera de su trabajo. No daba crédito a la audacia del encuentro que había tenido ese mismo día, con otro colega, pocas veces ocurren coincidencias semejantes.

Si lo hubiera imaginado habría me habría parecido más creíble!

Publicado el 16 de Octubre de 2009, Texto recuperado de mi blog censurado

08/12/2008

El equipo de futbol: Ascenso a primera

Filed under: La verdad no hay quien la crea — MaríaG @ 6:20 am

La conversación comenzó bastante normal. Supuestamente eran dos amigos que querían que fuera a un hotel esa misma noche. Dos eran seguro porque oía la voz por detrás de otro chico. Preguntaba y pedía mucho detalle. Pero pronto empezaron a animarse y a introducir nuevos factores. 

Fuimos pasando de dos amigos a unos cuantos y al final decía que eran un equipo de futbol y que querían que fuera a una habitación y luego, quién sabe los que se animarían y lo que llegaría a pasar en esa orgía.

Yo les seguí el juego hasta el final aunque parecía claro que era todo invención. Y, efectivamente, no volvieron a llamarme.

Pero consiguieron una cosa, empecé a fantasear con eso de un equipo de jóvenes macizos todos dispuestos a follarme.

Lo que viene a continuación ocurrió unos meses después y es estrictamente cierto aunque sé muy bien que los que no me conocéis no os creeréis ni una palabra, bueno, al menos disfrutad del relato.

Acabábamos de despertarnos, serían las 8 de la mañana de un domingo de tardía primavera. Me apreté contra su cuerpo y empecé a ponerme cariñosa. Obtuve los primeros resultados deseados pero lejos de continuar, mi marido se apartó un poco. Decía seguir celoso por lo que le había hecho el día anterior. Supliqué perdón y me impuso una penitencia: no debía regresar al cuarto hasta haber tenido tratos carnales con algún hombre.

Me parecía tarea imposible, así que salí del cuarto un tanto desolada. Desde la segunda planta, por las escaleras, me dediqué a recorrer cada corredor, bajar al comedor, ir a recepción, subir hasta el cuarto de máquinas del ascensor,… Por el camino quizá me crucé con alguien, desde luego nadie que me pudiera dar juego.

Me dispuse a bajar por última vez a la recepción.
En la entreplanta algo había cambiado, una puerta había quedado entreabierta. Me detuve. Alguien, vestido con un chándal garabateaba en una pizarra. Supuse que estaría preparando una reunión posterior, así que me asomé y al no ver a nadie más, entré. Yo era una pobre chica aburrida que se había levantado de la cama con ganas de compañía. No hizo falta que le repitiera el argumento, cerró la puerta y me desabroché los botones del vestido. Poco tardé en encontrarme catando el sabor de su miembro y derribada sobre las mesas.
Una escueta despedida tras un escarceo de pocos minutos.

Llegaba con otro ánimo a mi planta y comenzaron a salir de las habitaciones muchachos en pantalón corto, con cuerpos estupendos y lozanía en sus rostros. No dudé en saludarles según me iba cruzando con ellos. Aquella me parecía una oportunidad nada desdeñable, así que me dediqué a insinuarme a cada uno de los que salieron de aquellas habitaciones. La mayoría simplemente se sorprendía y declinaba la incitación por falta de tiempo, ya se sabe, el desayuno. Disimulaban mal su turbación y el bulto que apuntaba en sus pantalones.
Pero aquel negro dudó algo más, se refugió tras una columna y tiró de mis hombros hacia abajo hasta que me encontré de rodillas. Sólo unos lengüetazos y se cubrió. En francés me pidió el número de habitación asegurándome que me llamaría al regresar de la cafetería. Ya, sólo me faltaba creérmelo. Así que regresé a mi cuarto contenta de haber sido tan bien mandada pero con el recuerdo de todos esos buenos mozos bien fresco.

Estaba siendo perdonada convenientemente cuando llamaron a la puerta. La escena merecía haber sido filmada. Delante de la puerta, el que prometió venir, pero asomados a las puertas de las habitaciones colindantes, el resto de los que me había cruzado por el corredor. Algo así no puede dejarse escapar, pensé y cerré la puerta tras de mí. Curioso pero cierto, su habitación era justo la de enfrente. Sin saber muy bien en qué podría acabar aquello, invité al resto a venir con nosotros al cuarto.
Se oían muchas risas nerviosas, pero dudo que ninguno dejara de pasar por aquel cuarto. Dos camas separadas, dos sofás cómodos y una mujer desnudándose en el medio.
Nadie rompía el hielo, unos con la mano por dentro, otros con su miembro por fuera pero ninguno se decidía a tocarme hasta que el negro me acercó hacia sí.
A partir de ese momento me resulta imposible saber cuántos chicos pasaron por aquella estancia. Recuerdo sus caras asomándose, cómo me miraban. La mayoría se acercaba, tocándose, me permitía poca cosa y se corría encima, al lado, en su mano o en la cama. Mientras que los más lanzados dieron rienda suelta a sus pasiones, manejándome a su antojo.
Imposible saber cuánto tiempo estuvimos ahí aunque no debió ser mucho, al cabo de un rato estaban todos subiditos al autobús de la concentración. No esperaban celebrar así la subida de división.
Si lo hubiera planeado, no me hubiera salido tan bien.

 

Texto publicado el 8 de Diciembre de 2008, recuperado de mi blog censurado

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