Era una de mis fantasías recurrentes, a mi cabeza venían imágenes de fornidos camioneros y chicas encaramándose a sus camiones. Creo que he visto demasiadas películas con nenas que hacen autostop, todas muy monas. Fantaseábamos con hacer yo lo mismo, la cabina, la emisora, el pequeño catre todo estimulaba mi imaginación.
Me había fijado en las chicas que se colocan en los márgenes de carreteras y se insinúan a los coches. Quizá eso fuera demasiado para llevarlo a la práctica pero quería experimentar cómo sería eso de llamar a una puerta para pedir, quería saber que se siente ofreciendo tu cuerpo a esos hombres.
Ideamos un plan: iríamos a un sitio donde aparcaran camiones, a plena luz del día para darme un poco más de confianza. Mi marido aparcaría muy cerca su coche, lo podría observar todo y mantendríamos todo el tiempo la comunicación telefónica, así si algo no iba bien él podría saberlo e intervenir.
Estábamos nerviosísimos, era un morbazo tremendo pensar que podría abordar a un desconocido y tener con el sexo inmediatamente, con mi marido mirando lo que ocurría y esperándome.
El primer día había media docena de camiones aparcados. Me había puesto un vestido muy corto y unas sandalias, como cualquier chica, como una chica cualquiera. Yo estaba muerta de vergüenza pero me bajé del coche, recorrí la distancia que me separaba del primero de los objetivos. Tenía la sensación de que mil ojos me observaban y apenas conseguía levantar la vista del suelo. Llegué hasta la puerta del conductor y llamé.
Abrió la ventanilla y se me quedó mirando un tipo de mediana edad. Sentí como me ponía colorada hasta las orejas mientras que le pedía si me invitaba a subir a su camión. No me entendió, era extranjero y no sabía español, así que se lo repetí como pude en inglés. Entonces llegó la pregunta: ¿cuánto?, hizo el gesto con los dedos y yo a su vez negué con los míos. Ahora si que no entendía nada, volvió a preguntar y obtuvo la misma respuesta. Lleno de sorpresa me dijo que no y subió la ventanilla negando con la cabeza.
Hice acopio de todo mi aplomo y me dirigí al camión que estaba enfrente. No me hizo falta llamar, él había estado mirando la escena todo el tiempo. Era español pero eso no hizo que cambiara en nada la conversación con respecto al anterior y al llegar al apartado económico también negó con la cabeza, eso sí, primero me miró de arriba a bajo y dudó un instante.
Y mendicante fui al tercero, al cuarto, quinto y por último al sexto y en todos los casos la respuesta fue la misma, con mayor o menor grado de estupor masculino. No hice distingos, a todos me ofrecí y todos me rechazaron. Regresé aún colorada al coche, esa noche me esperaría un fogoso premio a mi osadía.
La historia no funcionaba, ellos no se creían que una chica jovencita y mona les ofreciera sexo a cambio de nada, tenía que ser una broma o algo así. Volví otro día y tuvimos que rendirmos a la evidencia: si quería conseguir algo debía pedir dinero. En principio era remisa pero había pasado mucho tiempo ideando esta locura y deseaba intensamente realizarla.
Y lo puse en práctica. Me iba a prostituir. Esta vez cuando llamara a la cabina del camión y me hicieran la consabida pregunta, la respuesta sería 30 €.
Ese día sólo había tres camiones aparcados y uno de ellos con las cortinillas echadas. Respiré hondo y llamé. Rondaría los cincuenta, español bien conservado y agradable pero tan previsible como el resto en la conversación. Cuando le dije el precio y contestó que era muy caro tuve un momento de vacilación, le hubiera espetado que era un cretino que tenía delante a una mujer que se iba a prostituir por primera vez, que yo no tenía precio, que … pero era consciente de que de esa manera no conseguiría realizar mi capricho con la premura que mi deseo exigía. Me comí mi orgullo y subí al camión por 20.
(Publicado 10-02-2009, texto recuperado de mi Blog censurado)