Blog MariaG

10/02/2009

Camioneros: Mi primer día

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:58 pm

Era una de mis fantasías recurrentes, a mi cabeza venían imágenes de fornidos camioneros y chicas encaramándose a sus camiones. Creo que he visto demasiadas películas con nenas que hacen autostop, todas muy monas. Fantaseábamos con hacer yo lo mismo, la cabina, la emisora, el pequeño catre todo estimulaba mi imaginación.
Me había fijado en las chicas que se colocan en los márgenes de carreteras y se insinúan a los coches. Quizá eso fuera demasiado para llevarlo a la práctica pero quería experimentar cómo sería eso de llamar a una puerta para pedir, quería saber que se siente ofreciendo tu cuerpo a esos hombres. 

Ideamos un plan: iríamos a un sitio donde aparcaran camiones, a plena luz del día para darme un poco más de confianza. Mi marido aparcaría muy cerca su coche, lo podría observar todo y mantendríamos todo el tiempo la comunicación telefónica, así si algo no iba bien él podría saberlo e intervenir.

Estábamos nerviosísimos, era un morbazo tremendo pensar que podría abordar a un desconocido y tener con el sexo inmediatamente, con mi marido mirando lo que ocurría y esperándome.

El primer día había media docena de camiones aparcados. Me había puesto un vestido muy corto y unas sandalias, como cualquier chica, como una chica cualquiera. Yo estaba muerta de vergüenza pero me bajé del coche, recorrí la distancia que me separaba del primero de los objetivos. Tenía la sensación de que mil ojos me observaban y apenas conseguía levantar la vista del suelo. Llegué hasta la puerta del conductor y llamé.

Abrió la ventanilla y se me quedó mirando un tipo de mediana edad. Sentí como me ponía colorada hasta las orejas mientras que le pedía si me invitaba a subir a su camión. No me entendió, era extranjero y no sabía español, así que se lo repetí como pude en inglés. Entonces llegó la pregunta: ¿cuánto?, hizo el gesto con los dedos y yo a su vez negué con los míos. Ahora si que no entendía nada, volvió a preguntar y obtuvo la misma respuesta. Lleno de sorpresa me dijo que no y subió la ventanilla negando con la cabeza.

Hice acopio de todo mi aplomo y me dirigí al camión que estaba enfrente. No me hizo falta llamar, él había estado mirando la escena todo el tiempo. Era español pero eso no hizo que cambiara en nada la conversación con respecto al anterior y al llegar al apartado económico también negó con la cabeza, eso sí, primero me miró de arriba a bajo y dudó un instante.

Y mendicante fui al tercero, al cuarto, quinto y por último al sexto y en todos los casos la respuesta fue la misma, con mayor o menor grado de estupor masculino. No hice distingos, a todos me ofrecí y todos me rechazaron. Regresé aún colorada al coche, esa noche me esperaría un fogoso premio a mi osadía.

La historia no funcionaba, ellos no se creían que una chica jovencita y mona les ofreciera sexo a cambio de nada, tenía que ser una broma o algo así. Volví otro día y tuvimos que rendirmos a la evidencia: si quería conseguir algo debía pedir dinero. En principio era remisa pero había pasado mucho tiempo ideando esta locura y deseaba intensamente realizarla.

Y lo puse en práctica. Me iba a prostituir. Esta vez cuando llamara a la cabina del camión y me hicieran la consabida pregunta, la respuesta sería 30 €.

Ese día sólo había tres camiones aparcados y uno de ellos con las cortinillas echadas. Respiré hondo y llamé. Rondaría los cincuenta, español bien conservado y agradable pero tan previsible como el resto en la conversación. Cuando le dije el precio y contestó que era muy caro tuve un momento de vacilación, le hubiera espetado que era un cretino que tenía delante a una mujer que se iba a prostituir por primera vez, que yo no tenía precio, que … pero era consciente de que de esa manera no conseguiría realizar mi capricho con la premura que mi deseo exigía. Me comí mi orgullo y subí al camión por 20.

 

(Publicado 10-02-2009, texto recuperado de mi Blog censurado)

03/02/2009

Delante del disparador

Filed under: Un día en la vida de una puta — MaríaG @ 3:23 am

Cada vez que las veo pienso cómo habrán terminado la sesión de fotos o quién estará detrás de la cámara.

No lo puedo evitar, mi mente calenturienta imagina cientos de posibles finales; en ellos se combinan como elementos la puerilidad de la chica y su inocencia, la realización de una prueba para obtener un trabajo, la presencia masculina detrás del objetivo y la necesidad o voluntad de que con los minutos se necesite menos ropa.

Son incontables las veces que he ensoñado en la intimidad de mi cuarto con ser yo la protagonista.

Pues bien, ayer tuve mi primera sesión de fotos seria.
Estaba nerviosa. Desnudarme delante de la cámara no me importaba. Yo quería fotos reales, fotos que no se limitaran a mostrar mi cuerpo en una pose sino reflejaran la intensidad de lo que estaba vendiendo, de mi cuerpo, la intensidad del sexo.

El café que nos tomamos primero no hizo más que aumentar mi deseo por seducir, quería conquistar a la cámara. Me mostró algunas de las fotos que había estado haciendo en los días anteriores. Primero las miré sólo con curiosidad, quería hacerme una idea de su trabajo. Pero claro, ellas estaban colocadas de maneras muy sugerentes y algunas tan explícitas que comencé a desearlas.
Sólo me quité la falda y me senté. No sabía por dónde empezar así que dejé que las fantasías acudieran a mi cabeza y simplemente me abandoné. Cerré los ojos.

A partir de aquel momento todo lo que hiciera sería para conquistarle a él, el que me miraba ahora detrás de las lentes y a aquel otro que lo haría detrás del papel. Deseaba que no lo pudieran evitar, que no pudieran resistirse, que desearan poseerme.
Dejé que mis manos recorrieran mi cuerpo, que apartaran sutilmente la ropa que estorbara. Ensoñaba con una cabina, de esas en las que se echan monedas y estás unos minutos viéndolas evolucionar casi desnudas. Me veía a mi misma observada por un grupo de hombres y yo iba girando mi cuerpo para complacer la vista de todos.
Era necesario un cambio de ropa, un nuevo escenario. Al levantarme vi su agitación apenas disimulada y azorado se concentró en su trabajo.
Más fotos, todo un profesional, se deshacía en elogios, me daba ideas para moverme. Pero cometió un error, dejó posada su cámara para acercarse al cuarto de baño, posible localización futura.

Quizás no lo esperara pero lo estaba deseando. Cuando fue a salir por la puerta, la bloqueé, dándole la espalda y me fui arrimando como una gatita en celo. Me di la vuelta con la intención de abrirle la cremallera, me puse de rodillas. No me había confundido, aquel bulto tenso hablaba por sí sólo.
Aquella larga preparación anímica nos había dejado muertos de excitación, ahora estábamos besándonos como dos adolescentes, ansiosos con premura. Ni siquiera le quité la ropa, sólo quería sentirla dentro, allí mismo, de pie en mitad del salón. en algún momento me derribó, siguió montándome hasta que me hizo gritar de placer. Entonces se retiró, volvió a coger su cámara y me retrató desmadejada, llena de gusto.

Si queríamos seguir con la sesión había que bajar un poco el nivel de reclamo. Me puse mi abrigo, las medias y los tacones y subimos a la azotea. Podían vernos, un centenar de ventanas miraban hacia nosotros y saber que detrás de alguna de ellas alguien podría recorrer mi cuerpo sin permiso me excitaba. Al dejar al descubierto mi cuerpo el gélido aire invernal me acariciaba y yo no sentía el frío.
Y ahora por los pasillos de color aterciopelado; podía rodar por las paredes, recostarme o empujarlas con todo mi cuerpo y lo que realmente deseaba es que llegara alguien, que alguna mujer retirara la vista púdicamente sin ser capaz de reconocer que ella también deseaba ser objeto de deseo.

Más cambios, menos ropa, más minutos distraidos al trabajo para dedicarnos a eros, menos tiempo, más fotos.

Mi amiga lo sabía pero realmente se había olvidado. Cuando abrió la puerta estuvo a punto de salir corriendo por aquello de no molestar.
Una lástima, disponía de poco tiempo antes de tener que echarnos de la habitación para trabajar en ella. No dejé ni que se quitase la ropa, la atraje hacia la cama y comencé a besarla. Esta vez nadie me orientaba sobre cómo colocarme, simplemente me dediqué a hacerle el amor a aquella soberana hembra.
De nuevo solos en otra estancia me disfracé, quería jugar un poco más ahora a ser una nena buena. No sé que tienen las faldas escocesas rojas que hasta a mí me impelen a mirar por debajo. De pie, sobre una silla, mi culito en pompa era un reclamo claro.

Esta vez lo quería debajo, quería llevar yo las riendas, moverme a mi gusto, correrme de nuevo. Le sujetaba las manos, le besaba, mordía y lamía, deseaba su cuerpo. Y ahora le tocaba el turno a él. Prefirió ponerme en ese plano en el que tanto me había fotografiado y poder agarrarme de las caderas mientras golpeaba con las suyas en los cachetes de mis posaderas.

Cuando terminó, ni me moví, sabía lo que pretendía: quería otra foto, una que evidenciara lo que acababa de ocurrir.

 

(Texto publicado en 2-3-2009 en mi blog censurado)

02/02/2009

Rosa, Rosa, Rosae

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:42 pm

Llevábamos tiempo con una idea rondándonos, queríamos estar con una pareja. Por el momento no habíamos encontrado nada, seguro que habría otras maneras de contactar pero no estábamos obteniendo resultado. Es dificil de creer la cantidad de chicos solos que simulan ser una chica y quieren palique y más palique.

Ese dia habíamos quedado con una pareja en un restaurante cercano a casa. Yo estaba muy nerviosa, no tenía ni idea de cómo iba a salir aquello. Lo de quedar para conocernos un poco antes de nada no me terminaba de convencer, pensaba que podría encontrarme con un tipo poco atractivo, con una chica boba, o con un macarrilla sabelotodo que me hiciera desestimar la idea de meterme con ellos en la cama.

Entramos puntualmente y él ya estaba sentado. Respiré aliviada, un varón moreno y atractivo con una penetrante mirada y cara risueña nos estaba esperando. En los primeros minutos hablamos del mar y de los peces pero no tardó en calentarse la conversación. Me encontré temblorosa como una adolescente, dejando mi mano encima de la mesa para que me la cogiera con delicadeza y me acariciara. Era verano y me descalcé para que mis pies pudieran jugar libres por debajo de la mesa.
Y de repente vació los hielos de su consumición, cogió uno y lo deslizó por la planta de uno de mis pies. No estaba preparada, quise chillar de la impresión o retirar la pierna pero me tenía agarrada con firmeza y continuó lo que parecía una tortura muy placentera. Se recreó en los dedos, hacía presiones pulsátiles,… no podía moverme, con los dos pies en alto, recostada en el asiento. Mi marido aprovechaba para meterme la mano por la espalda y rozarme los pezones con disimulo. Me inquietaban las miradas del resto de comensales, me parecía que algunos comentaban la jugada y eso me azoraba. Y no, no pude moverme tampoco cuando separó mis piernas y pasó su mano entre ellas. La verdad, tampoco quería moverme, deseaba que siguiera, deseaba estremecerme a la vista de todos.
Me pidió que me quitara las braguitas y cuando se las di se las llevó a la cara, las olió y llevó la punta de la lengua al tiro. Estaban empapadas y le gustaba su sabor.
Cuando ella llegó yo ya estaba rendida en sus manos. Dos besos y se sentó a su lado. El maestro de ceremonias hizo las presentaciones y le puso al corriente de lo que había pasado hasta el momento. Pedimos algo al camarero. Mientras llegaba yo no le quitaba ojo al escote de Rosa, entonces él hizo algo que me descolocó, mientras preguntaba si quiería verlas metió su mano por el escote y mostró uno de los pechos. Me ruboricé hasta las orejas pero esa visión no se me ha borrado de la cabeza.
Estaba inquietísima, me levanté para ir al servicio. Desacostumbrada a ir sin ropa interior me daba la sensación de que era evidente para todo aquel que me mirara y era una mezcla de pudor y excitación. Cuando volví no quería ni café ni postre, sólo ir a casa cuanto antes.
Subimos. Besos y tórridos abrazos, aquello era lo más parecido a una danza en la que evolucionábamos con nuestros cuerpos mientras perdíamos la ropa.
De repente pareció como si se hubieran puesto de acuerdo y los tres me asaltaron a un tiempo. Me derribaron sobre la cama. Rosa no paraba de besarme la boca y los chicos exploraban mi cuerpo sin dejar tampoco de besarme. Quién comenzó, no puedo recordarlo pero se turnaron metiendo sus bocas entre mis piernas, mientras yo me retorcía.
Les puse a los dos de rodillas, enfrentados para jugar con sus dos miembros a un tiempo y meterlos en mi boca alternativamente y ofrecérselos a Rosa.
Hasta que ya no pude más, necesitaba sentir el peso de un hombre sobre mí. Me tumbé, abrí las piernas y reclamé lo que me prometía la visión de sus falos. Y mientras los otros dos no perdían el tiempo y tumbados a nuestro lado nos emulaban. Con una mano le agarraba el culo y con la otra buscaba el contacto con mi marido. No fueron más que segundos lo que tardé en precipitarme al orgasmo y prácticamente al mismo tiempo cayeron los otros. Y descansamos en un abrazo a cuatro, recuperando fuerzas para un segundo asalto.

Unas tórridas horas, un encuentro indescriptible. Encontré la horma de mi zapato, una mujer que me respondía a los besos y a las caricias; y él un apasionado amante.

Y desde entonces Rosa es mi amante y yo su leal servidora.

 

(Publicado 2-02-2009, Texto recuperado de mi Blog censurado)

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