Blog MariaG

10/02/2014

Adivina quién viene a cenar

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 9:33 pm

Veníamos hablando de los tópicos sobre los negros, las diferencias raciales, las tipologías. Entramos en el club, un par de personas en la barra y alguna pareja desperdigada.

Seguíamos con el tema. Le dije a mi marido que no me atraían en absoluto. Su reacción me sorprendió, afirmaba que no podía ser que me expresara de esa manera con respecto a los negros y que lo que necesitaba era probar uno. Yo me sonreí, me parecía tan improbable que le di la razón sonriéndome.

Entonces, ocurrió lo inesperado. Entraron dos jóvenes en el local y uno de ellos era negro como un tizón. Alto, guapete, de rasgos finos y de cuerpo atlético. No daba crédito, parecía que aquello era una broma pesada. Me resolví inquieta, sabía que no había alternativa y estaba nerviosa. Fui al otro lado de la barra y le pregunté a la dueña del local si conocía a esos chicos. A uno sí, pero el cubano era la primera vez que iba. No me atrevía a acercarme directamente así que le comenté a la jefa que me gustaría que pasara el nuevo a la zona de parejas. Ella lo organizaría.

Con la esperanza íntima de que el chico no llegara a animarse dimos una vuelta por el cuarto oscuro a ver si había algo interesante. Dos parejas intercambiaban manos, de pie, en medio del cuarto. Me acerqué por detrás a una de ellas. Rubia, de buena planta, delgada, dio un pequeño respingo cuando le puse la mano en la nuca pero no se apartó. Aproximé mi cuerpo al suyo y mis dedos fueron explorando su cuerpo a través de la ropa. Respiraba fuerte, acelerándose con mis tocamientos. Su pareja se había colocado de medio lado así dejaba el frente a mi marido y podía investigar en mi cuerpo con mayor facilidad.

Bajo la falda aparecieron unos pantis, sin nada más pero se resistía a que los bajara, sólo me consentía que metiéramos mano por dentro para acariciarla. Pero su compañero iba lanzado y en cuanto pudo se dedicó a quitarme la ropa y a aplicar su boca por cualquier hueco descubierto. Me dejé un poco, tenía buena mano él; pero el juego era tan dispar entre ellos dos que decidimos dejarlos.

Cambiamos de planta, queríamos pasar a las camas. Todo estaba demasiado tranquilo, nadie más ocupaba esa zona. Había algún chico detrás de la celosía. Siempre me ha dado morbo eso de que no tengan completo acceso a tu cuerpo y permanezcan mendicantes y excitados mostrando sus miembros por los agujeros. Siempre les daba su recompensa. Me llama poderosamente el ver emerger de aquel muro los falos tensos, desnudos, reclamantes. Me acerqué a compensar su espera, aproximando mi boca y mi cuerpo para darles placer. Intentaban sacar sus manos, tocarme un poco más. Era una dulce agonía de miembros goteantes. Les di lo que pedían, atendí a cada uno de los que me quisieron, chupé, lamí, ofrecí mi sexo, pegando mi cuerpo al muro como un animalito. Y yo me quedé con ganas de más.

Nos tumbamos un poco más allá, estábamos morbeando por todo lo que acababa de suceder, cuando noté el cambio de expresión en su cara. Me hizo un gesto para que mirara quién se acababa de aproximar a nosotros. Sólo con una toalla enrollada en la cintura, aquel muchacho negro estaba justo detrás de mí. Empezó a requebrarme con un precioso acento cubano, cogiéndome la mano, aproximándome a él.

Comenzó a besarme. Indescriptible, jamás había sentido esa sensación de labios carnosos y prietos; me besaba apasionado, jugando con su lengua o sin ella. Primero la boca y después el resto de mi cuerpo. Me recorrió enterita, mientras que con esas manos enormes me manejaba a su antojo.

Su piel es distinta, suave y gomosa. Su olor diferente con un punto de dulzor excitante.

Y sí, como en las pelis porno, recta, larga, dura, en definitiva, una polla preciosa.

Hizo de mí lo que quiso, me tenía desmayadita de placer y no me daba opción a decidir. Conducía mis besos, mis manos para que le acariciara, mi boca para que me gozara de su miembro, mis piernas para mantenerlas abiertas. Jugó con sus dedos primero y después fue aproximándose, despacio, apretando de a pocos, como si yo fuera una niña glotona a la que hay que dosificar. Me la fue metiendo agónicamente y mientras yo podía contemplar su torso perfecto, acariciar sus nalgas apretadas y levantar mis caderas para sentir la presión de aquello entrando en mi cuerpo.

Entonces cogió un ritmo suave y delicioso, como si estuviera bailando, recorriéndome por dentro. Y cuando me tenía a punto de caramelo me dio la vuelta. Me sujetaba con las piernas, parecía como si se retrepara sobre mí, bloqueándome y sin parar de moverse. Y continuaba con su ritmo, sin cejar de darme placer, manejándome a su antojo.

Sudorosa, los gemidos se me derraban. Todo mi cuerpo destilaba placer y aquel macho descomunal continuaba haciéndome suya. Yo miraba de reojo a mi marido, tumbado a mi lado con los ojos desmedidos. Lo que estaba ocurriendo era insólito.

Más vueltas me dio y más me usó según su voluntad.

Entonces la sacó de repente y con su mano continuó un ritmo frenético hasta convulsionar entre fuertes alaridos, regando todo mi cuerpo con su lefa. Impresionada por aquella sesión salvaje de sexo, alargué las manos para atraer el cuerpo de hombre sobre mí y contarle entre gemidos de placer lo que acaban de ver sus ojos.

Así que, no digas que no te gusta, sólo que no lo has probado lo suficiente.

Besos

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