Blog MariaG

10/02/2014

Adivina quién viene a cenar

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 9:33 pm

Veníamos hablando de los tópicos sobre los negros, las diferencias raciales, las tipologías. Entramos en el club, un par de personas en la barra y alguna pareja desperdigada.

Seguíamos con el tema. Le dije a mi marido que no me atraían en absoluto. Su reacción me sorprendió, afirmaba que no podía ser que me expresara de esa manera con respecto a los negros y que lo que necesitaba era probar uno. Yo me sonreí, me parecía tan improbable que le di la razón sonriéndome.

Entonces, ocurrió lo inesperado. Entraron dos jóvenes en el local y uno de ellos era negro como un tizón. Alto, guapete, de rasgos finos y de cuerpo atlético. No daba crédito, parecía que aquello era una broma pesada. Me resolví inquieta, sabía que no había alternativa y estaba nerviosa. Fui al otro lado de la barra y le pregunté a la dueña del local si conocía a esos chicos. A uno sí, pero el cubano era la primera vez que iba. No me atrevía a acercarme directamente así que le comenté a la jefa que me gustaría que pasara el nuevo a la zona de parejas. Ella lo organizaría.

Con la esperanza íntima de que el chico no llegara a animarse dimos una vuelta por el cuarto oscuro a ver si había algo interesante. Dos parejas intercambiaban manos, de pie, en medio del cuarto. Me acerqué por detrás a una de ellas. Rubia, de buena planta, delgada, dio un pequeño respingo cuando le puse la mano en la nuca pero no se apartó. Aproximé mi cuerpo al suyo y mis dedos fueron explorando su cuerpo a través de la ropa. Respiraba fuerte, acelerándose con mis tocamientos. Su pareja se había colocado de medio lado así dejaba el frente a mi marido y podía investigar en mi cuerpo con mayor facilidad.

Bajo la falda aparecieron unos pantis, sin nada más pero se resistía a que los bajara, sólo me consentía que metiéramos mano por dentro para acariciarla. Pero su compañero iba lanzado y en cuanto pudo se dedicó a quitarme la ropa y a aplicar su boca por cualquier hueco descubierto. Me dejé un poco, tenía buena mano él; pero el juego era tan dispar entre ellos dos que decidimos dejarlos.

Cambiamos de planta, queríamos pasar a las camas. Todo estaba demasiado tranquilo, nadie más ocupaba esa zona. Había algún chico detrás de la celosía. Siempre me ha dado morbo eso de que no tengan completo acceso a tu cuerpo y permanezcan mendicantes y excitados mostrando sus miembros por los agujeros. Siempre les daba su recompensa. Me llama poderosamente el ver emerger de aquel muro los falos tensos, desnudos, reclamantes. Me acerqué a compensar su espera, aproximando mi boca y mi cuerpo para darles placer. Intentaban sacar sus manos, tocarme un poco más. Era una dulce agonía de miembros goteantes. Les di lo que pedían, atendí a cada uno de los que me quisieron, chupé, lamí, ofrecí mi sexo, pegando mi cuerpo al muro como un animalito. Y yo me quedé con ganas de más.

Nos tumbamos un poco más allá, estábamos morbeando por todo lo que acababa de suceder, cuando noté el cambio de expresión en su cara. Me hizo un gesto para que mirara quién se acababa de aproximar a nosotros. Sólo con una toalla enrollada en la cintura, aquel muchacho negro estaba justo detrás de mí. Empezó a requebrarme con un precioso acento cubano, cogiéndome la mano, aproximándome a él.

Comenzó a besarme. Indescriptible, jamás había sentido esa sensación de labios carnosos y prietos; me besaba apasionado, jugando con su lengua o sin ella. Primero la boca y después el resto de mi cuerpo. Me recorrió enterita, mientras que con esas manos enormes me manejaba a su antojo.

Su piel es distinta, suave y gomosa. Su olor diferente con un punto de dulzor excitante.

Y sí, como en las pelis porno, recta, larga, dura, en definitiva, una polla preciosa.

Hizo de mí lo que quiso, me tenía desmayadita de placer y no me daba opción a decidir. Conducía mis besos, mis manos para que le acariciara, mi boca para que me gozara de su miembro, mis piernas para mantenerlas abiertas. Jugó con sus dedos primero y después fue aproximándose, despacio, apretando de a pocos, como si yo fuera una niña glotona a la que hay que dosificar. Me la fue metiendo agónicamente y mientras yo podía contemplar su torso perfecto, acariciar sus nalgas apretadas y levantar mis caderas para sentir la presión de aquello entrando en mi cuerpo.

Entonces cogió un ritmo suave y delicioso, como si estuviera bailando, recorriéndome por dentro. Y cuando me tenía a punto de caramelo me dio la vuelta. Me sujetaba con las piernas, parecía como si se retrepara sobre mí, bloqueándome y sin parar de moverse. Y continuaba con su ritmo, sin cejar de darme placer, manejándome a su antojo.

Sudorosa, los gemidos se me derraban. Todo mi cuerpo destilaba placer y aquel macho descomunal continuaba haciéndome suya. Yo miraba de reojo a mi marido, tumbado a mi lado con los ojos desmedidos. Lo que estaba ocurriendo era insólito.

Más vueltas me dio y más me usó según su voluntad.

Entonces la sacó de repente y con su mano continuó un ritmo frenético hasta convulsionar entre fuertes alaridos, regando todo mi cuerpo con su lefa. Impresionada por aquella sesión salvaje de sexo, alargué las manos para atraer el cuerpo de hombre sobre mí y contarle entre gemidos de placer lo que acaban de ver sus ojos.

Así que, no digas que no te gusta, sólo que no lo has probado lo suficiente.

Besos

07/12/2009

Las miro, ¡son tan hermosas!

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 6:39 am

La primera vez que me fijé en ellas me sobresalté al darme cuenta de lo que estaba pasando.

Había visto cientos de mujeres desnudas hasta ese momento y jamás mi mirada había sido ésa. El cuerpo de mi amiga me turbó y no he podido volver a mirarla igual.
Es como los reflejos condicionados que describía Paulov en sus experimentos, desde ese instante su presencia hace saltar un mecanismo en mí por el que el deseo lo invade todo. Y recuerdo múltiples escenas posteriores en las que ella, ignorante de lo que ocurría en mí, conseguía alterarme sobremanera. La noche que dormimos juntas no pude pegar ojo, estaba sólo pendiente de cada uno de sus movimientos, procurando que una pierna contactara distraídamente, percibía su olor, podía detectar el calor que su cuerpo desprendía. Aún no entiendo como fui capaz de mantener mis manos quietas.

Durante años pensé que aquello era puntual.

Pero sólo había sido el principio.

Ahora las miro. Me gusta observarlas, desvestirlas con la mirada, ir imaginando cómo serán sus cuerpos y cómo reaccionarán bajo mis manos. ¡son tan hermosas!

La peor época es el verano. Nunca imaginé la cantidad de mujeres que permiten que vea su ropa interior, basta con estar atenta. Son descocadas, cada vez más. Alguno diría que lo hacen sin pensar pero no me lo creo. Sienten las miradas penetrantes que les dirigimos y se saben deseadas, probablemente de manera inconsciente y entonces, en vez de taparse, se descubren más.

No gano para sobresaltos. El otro día casi me hipnotiza un movimiento rítmico de unas rotundas posaderas. Llevaba un pantalón blanco ceñido que las botas y la chaquetilla sólo tapaban parcialmente; no podía apartar la mirada de ella y si no llego a estar acompañada, hubiera seguido detrás de aquel metrónomo. Esos pantalones ceñidos, tanto que parecen la piel misma, muestran lo que pretenden ocultar y me torturan.

Los tirantes son un invento pernicioso pues tienen la costumbre de ir resbalando por los hombros, aflojarse para apenas velar aquello que la prenda que sujetan esconde. Y así las féminas me hacen sufrir, mostrando sus hombros, los escotes, el cuello. Imposible acostumbrarme a ver esos recovecos, aparece enseguida la imagen de mis labios besándolos, de su cuerpo estremecido y voto por que regrese la moda de los cuellos cisne.

Y no sé sí prefiero, que se pongan medias o que se las quiten. Esos pantaloncitos, en verano, permiten aireación a sus muslos y a lo que ya no es muslo. Por el contrario la media los pone a resguardo y, sin embargo, también muestran y reclaman.

Tampoco me deja tranquila el calzado, me habla de ella, de si sus pies son grandes o pequeños, incluso imagino su tacto. Y el día que aparecen con sandalias creo desmayarme y quiero sujetarlos entre mis manos y apretarlos suavemente, dejar resbalar mis labios por ellos. ¡Por qué se pintan las uñas? ¿Acaso no saben cómo me reclaman? Sí, lo saben, y yo me siento como animal sumiso buscando el fruto que llevarme a la boca.

Mueven sus dedos y enloquezco. Me miran y caigo a sus pies.

Publicado el 7 de Diciembre de 2009, recuperado de mi blog censurado

04/04/2009

¡¡¡Acabo de darme cuenta!!! Ya apuntaba maneras

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 3:31 am

Os parecerá insólito pero así es, me acabo de dar cuenta de que lo mío viene desde antigüo. Lo que no entiendo muy bien es el mecanismo mental por el que jamás se me había ocurrido que aquello era prostituirme. Y lo era.
La cosa empezó durante la universidad. Yo quería estar en contacto con la práctica clínica y necesitaba algo de dinero. Así que me puse a trabajar de auxiliar en una clínica. Después de cerrar, mi jefe me llevaba a casa. Y algunos sábados nos tomábamos el aperitivo con alguno más del personal.
Pasábamos muchas horas en la misma sala, hablábamos del mar y de los peces. Un día, cuando me llevaba de regreso, empezó a contarme los problemas con su mujer. Yo debía tener veinte años y era un tanto ingenua. Se me pasó por la cabeza que podría haber intenciones ocultas detrás de esa charla pero me lo negaba a mí misma, pensaba que debía ser estúpida por tener esas idas. Y lo cierto es que durante días contemplé la posibilidad de que fueran reales mis sospechas y eso me excitaba y me llenaba de pudor al mismo tiempo.

No sabría decir qué fue lo que empezó primero si el sexo o las bagatelas.

Algunos días me pedía que le trajera algo de picar de una panadería cercana, que comprara también algo para mí y cuando regresaba me decía que me quedara con el cambio. Siempre me ha gustado subrayar con lápices de colores y cuando tenía que comprar algo en la papelería de al lado, él sacaba dinero para que comprara lo que quisiera.
A mí todo me parecía muy normal.

Un día que estábamos solos a última hora se acercó por detrás y empezó a tocarme sobre la bata; al moverme yo inquieta su abrazo fue más fuerte y posó sus labios en mi cuello.
Ya estaba perdida.
Me sentí incapaz de resistirme. Y me dejé llevar. Siguieron besos y caricias furtivas por dentro de la ropa y más besos. Todo fue rápido, apasionado y me encontré subida encima de un hombre sentado en una silla, con la camisa abierta y la falda subida, los zapatos puesto y las bragas por los suelos.

Buscábamos el momento para encontrarnos solos, la ocasión, detrás de una puerta, para magrearnos e irnos calentando. Las visitas domiciliarias se alargaban, paraba el coche en cualquier descampado para sobarme a placer. Yo disfrutaba con toda esa picardía y buscaba un nuevo encuentro. Durante aquellos meses probamos todas las dependencias de la clínica .
Cuando su mujer se quedó embarazada aquello era un no parar, llegó incluso a ir a buscarme a casa fuera del horario de trabajo y llamarme para que fuera yo a la suya.

Un día me enamoré de otro. Entonces tomé la decisión de dejar estos escarceos y pensé que sería cosa fácil. Pero no fue así. Se pasaba el día metiendo su mano por cualquier parte de mi cuerpo, era tan descarado que incluso creo que las demás se daban cuenta,. Estaba malhumorado y cortante. Evité que me llevara en su coche. Ya no quiso tomar nada durante las horas de trabajo y yo no volví a comprar mis lápices.

Y poco después me despidió.

 

(Publicado 3-04-2009, texto recuperado de mi blog censurado)

21/03/2009

El día entre camiones

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 3:28 am

Podía haberme ido después del primero pero quería estar horas, ir de uno a otro como hacen esas chicas de carretera que tanto llaman mi atención. No recuerdo cuántas veces pude hacer aquel ofrecimiento, ni tampoco el computo total de vehículo que por allí pasaron. Iban y venían, algunos sólo paraban a tomar algo y continuaban la ruta. 

Hubo un italiano guaperas que dejó a un lado del hornillo lo que preparaba para comer sin pensárselo dos veces;

Ún polaco que afirmaba que jamás, en los tropecientos años que llevaba al volante, le había pasado nada similar;

Un cacereño maduro que me hablaba tiernamente preguntándome por qué estaba yo en ésto;

Un marroquí que quería usar una bolsa de plástico en lugar de un preservativo;

Otro chico que sacó de su cartera todas las monedas que encontró para dármelas porque ya no le quedaban billetes y el que da lo que tiene no está obligado a más;

Y el rubito del este que fue el único que aceptó de entre sus compañeros, en aquella furgoneta que se movía a nuestro ritmo, mientras los otros permanecía esperando fuera.

Todos los encuentro tenían un denominador común, la urgencia. Llevaban días fuera de sus hogares, algunos semanas sin ver a su mujer y me abrazaban con premura, a medio desvestir. Y cuando me marchaba alguno se quedaba taciturno, añorando su terruño.

Me desconocía a mi misma, no sé de dónde saqué la audacia para acercarme a todos los que me encontré aquella mañana. Llamaba a las puertas, me asomaba entre los camiones y me mostraba coqueta con cualquiera.

Se iba aproximando la hora de marchar y sólo me quedaba acercarme al autobus que esta aparcado al fondo. Pensando que tendría pocas posibilidades de éxito, por aquello de que eran dos los conductores, me aproximé.

Dos hombres fornidos y atractivos me miraban sin terminar de creerse lo que les decía. Me miraban y cuchicheaban. Y aceptaron los dos, uno subiría primero y el otro permanecería abajo para después intercambiar los papeles.

Así probé los asientos traseros de un autobus, tumbada con las piernas todo lo abiertas que podía. Y descorrí las cortinillas, las dejé todas abiertas. Yo no paraba de jadear, realmente no podría decir quién de los dos lo estaba disfrutando más.

Me volvía loca ver por las ventanillas al amigo que daba vueltas alrededor como un león enjaulado y a unos cuantos curiosos que, a una prudencial distancia comentaban la jugada, viendo como en un teatro un tórrido espectáculo.

El colega no aguantó más y subió. Se quedó primero en la puerta delantera y poco a poco se fue aproximando hasta que le tuvimos de pie, mirando, tocándose. Cuando terminó el primero no me dejaron moverme. El amigo se subió encima de mí para terminar el trabajo del otro. Y cuando éste también acabó ya estaba el primero listo para el siguiente asalto. No me dejaron descansar ni un segundo. Fue la guinda de aquel hermoso día.

(Publicado 21-03-2009, Texto recuperado de mi blog censurado)

10/02/2009

Camioneros: Mi primer día

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:58 pm

Era una de mis fantasías recurrentes, a mi cabeza venían imágenes de fornidos camioneros y chicas encaramándose a sus camiones. Creo que he visto demasiadas películas con nenas que hacen autostop, todas muy monas. Fantaseábamos con hacer yo lo mismo, la cabina, la emisora, el pequeño catre todo estimulaba mi imaginación.
Me había fijado en las chicas que se colocan en los márgenes de carreteras y se insinúan a los coches. Quizá eso fuera demasiado para llevarlo a la práctica pero quería experimentar cómo sería eso de llamar a una puerta para pedir, quería saber que se siente ofreciendo tu cuerpo a esos hombres. 

Ideamos un plan: iríamos a un sitio donde aparcaran camiones, a plena luz del día para darme un poco más de confianza. Mi marido aparcaría muy cerca su coche, lo podría observar todo y mantendríamos todo el tiempo la comunicación telefónica, así si algo no iba bien él podría saberlo e intervenir.

Estábamos nerviosísimos, era un morbazo tremendo pensar que podría abordar a un desconocido y tener con el sexo inmediatamente, con mi marido mirando lo que ocurría y esperándome.

El primer día había media docena de camiones aparcados. Me había puesto un vestido muy corto y unas sandalias, como cualquier chica, como una chica cualquiera. Yo estaba muerta de vergüenza pero me bajé del coche, recorrí la distancia que me separaba del primero de los objetivos. Tenía la sensación de que mil ojos me observaban y apenas conseguía levantar la vista del suelo. Llegué hasta la puerta del conductor y llamé.

Abrió la ventanilla y se me quedó mirando un tipo de mediana edad. Sentí como me ponía colorada hasta las orejas mientras que le pedía si me invitaba a subir a su camión. No me entendió, era extranjero y no sabía español, así que se lo repetí como pude en inglés. Entonces llegó la pregunta: ¿cuánto?, hizo el gesto con los dedos y yo a su vez negué con los míos. Ahora si que no entendía nada, volvió a preguntar y obtuvo la misma respuesta. Lleno de sorpresa me dijo que no y subió la ventanilla negando con la cabeza.

Hice acopio de todo mi aplomo y me dirigí al camión que estaba enfrente. No me hizo falta llamar, él había estado mirando la escena todo el tiempo. Era español pero eso no hizo que cambiara en nada la conversación con respecto al anterior y al llegar al apartado económico también negó con la cabeza, eso sí, primero me miró de arriba a bajo y dudó un instante.

Y mendicante fui al tercero, al cuarto, quinto y por último al sexto y en todos los casos la respuesta fue la misma, con mayor o menor grado de estupor masculino. No hice distingos, a todos me ofrecí y todos me rechazaron. Regresé aún colorada al coche, esa noche me esperaría un fogoso premio a mi osadía.

La historia no funcionaba, ellos no se creían que una chica jovencita y mona les ofreciera sexo a cambio de nada, tenía que ser una broma o algo así. Volví otro día y tuvimos que rendirmos a la evidencia: si quería conseguir algo debía pedir dinero. En principio era remisa pero había pasado mucho tiempo ideando esta locura y deseaba intensamente realizarla.

Y lo puse en práctica. Me iba a prostituir. Esta vez cuando llamara a la cabina del camión y me hicieran la consabida pregunta, la respuesta sería 30 €.

Ese día sólo había tres camiones aparcados y uno de ellos con las cortinillas echadas. Respiré hondo y llamé. Rondaría los cincuenta, español bien conservado y agradable pero tan previsible como el resto en la conversación. Cuando le dije el precio y contestó que era muy caro tuve un momento de vacilación, le hubiera espetado que era un cretino que tenía delante a una mujer que se iba a prostituir por primera vez, que yo no tenía precio, que … pero era consciente de que de esa manera no conseguiría realizar mi capricho con la premura que mi deseo exigía. Me comí mi orgullo y subí al camión por 20.

 

(Publicado 10-02-2009, texto recuperado de mi Blog censurado)

02/02/2009

Rosa, Rosa, Rosae

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:42 pm

Llevábamos tiempo con una idea rondándonos, queríamos estar con una pareja. Por el momento no habíamos encontrado nada, seguro que habría otras maneras de contactar pero no estábamos obteniendo resultado. Es dificil de creer la cantidad de chicos solos que simulan ser una chica y quieren palique y más palique.

Ese dia habíamos quedado con una pareja en un restaurante cercano a casa. Yo estaba muy nerviosa, no tenía ni idea de cómo iba a salir aquello. Lo de quedar para conocernos un poco antes de nada no me terminaba de convencer, pensaba que podría encontrarme con un tipo poco atractivo, con una chica boba, o con un macarrilla sabelotodo que me hiciera desestimar la idea de meterme con ellos en la cama.

Entramos puntualmente y él ya estaba sentado. Respiré aliviada, un varón moreno y atractivo con una penetrante mirada y cara risueña nos estaba esperando. En los primeros minutos hablamos del mar y de los peces pero no tardó en calentarse la conversación. Me encontré temblorosa como una adolescente, dejando mi mano encima de la mesa para que me la cogiera con delicadeza y me acariciara. Era verano y me descalcé para que mis pies pudieran jugar libres por debajo de la mesa.
Y de repente vació los hielos de su consumición, cogió uno y lo deslizó por la planta de uno de mis pies. No estaba preparada, quise chillar de la impresión o retirar la pierna pero me tenía agarrada con firmeza y continuó lo que parecía una tortura muy placentera. Se recreó en los dedos, hacía presiones pulsátiles,… no podía moverme, con los dos pies en alto, recostada en el asiento. Mi marido aprovechaba para meterme la mano por la espalda y rozarme los pezones con disimulo. Me inquietaban las miradas del resto de comensales, me parecía que algunos comentaban la jugada y eso me azoraba. Y no, no pude moverme tampoco cuando separó mis piernas y pasó su mano entre ellas. La verdad, tampoco quería moverme, deseaba que siguiera, deseaba estremecerme a la vista de todos.
Me pidió que me quitara las braguitas y cuando se las di se las llevó a la cara, las olió y llevó la punta de la lengua al tiro. Estaban empapadas y le gustaba su sabor.
Cuando ella llegó yo ya estaba rendida en sus manos. Dos besos y se sentó a su lado. El maestro de ceremonias hizo las presentaciones y le puso al corriente de lo que había pasado hasta el momento. Pedimos algo al camarero. Mientras llegaba yo no le quitaba ojo al escote de Rosa, entonces él hizo algo que me descolocó, mientras preguntaba si quiería verlas metió su mano por el escote y mostró uno de los pechos. Me ruboricé hasta las orejas pero esa visión no se me ha borrado de la cabeza.
Estaba inquietísima, me levanté para ir al servicio. Desacostumbrada a ir sin ropa interior me daba la sensación de que era evidente para todo aquel que me mirara y era una mezcla de pudor y excitación. Cuando volví no quería ni café ni postre, sólo ir a casa cuanto antes.
Subimos. Besos y tórridos abrazos, aquello era lo más parecido a una danza en la que evolucionábamos con nuestros cuerpos mientras perdíamos la ropa.
De repente pareció como si se hubieran puesto de acuerdo y los tres me asaltaron a un tiempo. Me derribaron sobre la cama. Rosa no paraba de besarme la boca y los chicos exploraban mi cuerpo sin dejar tampoco de besarme. Quién comenzó, no puedo recordarlo pero se turnaron metiendo sus bocas entre mis piernas, mientras yo me retorcía.
Les puse a los dos de rodillas, enfrentados para jugar con sus dos miembros a un tiempo y meterlos en mi boca alternativamente y ofrecérselos a Rosa.
Hasta que ya no pude más, necesitaba sentir el peso de un hombre sobre mí. Me tumbé, abrí las piernas y reclamé lo que me prometía la visión de sus falos. Y mientras los otros dos no perdían el tiempo y tumbados a nuestro lado nos emulaban. Con una mano le agarraba el culo y con la otra buscaba el contacto con mi marido. No fueron más que segundos lo que tardé en precipitarme al orgasmo y prácticamente al mismo tiempo cayeron los otros. Y descansamos en un abrazo a cuatro, recuperando fuerzas para un segundo asalto.

Unas tórridas horas, un encuentro indescriptible. Encontré la horma de mi zapato, una mujer que me respondía a los besos y a las caricias; y él un apasionado amante.

Y desde entonces Rosa es mi amante y yo su leal servidora.

 

(Publicado 2-02-2009, Texto recuperado de mi Blog censurado)

21/01/2009

El mozo

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:21 pm

Desde pequeña me apasionan los caballos y por temporadas he podido dedicarle tiempo a la equitación.

Al principio no me di cuenta, sólo con las semanas me percarté de lo atento que era conmigo aquel chico. Él debía traerme a mi manso para entrenar, iba a buscarlo a su box, lo enjaezaba y me ayudaba a subir. Cuando terminaba mi clase se quedaba largo rato atendiéndolo, le limpiaba los cascos, le cepillaba y todo ello con una dulzura llamativa.

No era lo único que me llamaba la atención de aquel muchacho pues era apuesto, rubio, de ojos verdes, alto, fornido y muy tímido. He olvidado su país de origen, incluso su nombre pero no su rubor cuando le dirigía la palabra.

Ese día llegué un pelín tarde y me dio rabia, habían salido todos al campo y no se habían percatado de mi ausencia. Ya que estaba allí aproveché para dar una vuelta y ver a los caballos que habían quedado. Abajo no había un alma. Alrededor de la otra pista dos naves contenían el resto de animales.
Según iba a entrar por la puerta, de frente, me topé con el barbilampiño con un cubo lleno de grano en la mano. Le seguí con la mirada y no me moví del sitio hasta que reapareció.

Me dije a mi misma que jamás volvería a tener una oportunidad como aquella, chicos así no se ven todos los días.
Llamé a mi marido por teléfono y le pedí que viniera a buscarme en media hora, creo que le dije que no podía arrancar mi coche. Quería darle una sorpresa aunque no las tenía todas conmigo de que la jugada fuera a salirme bien.

Me acerqué a él, le miraba con toda la intensidad de que era capaz; le pregunté que si tenía mucho trabajo y, por supuesto tenía muchas cosas que hacer. Entonces le pedí que si me podía hacer un favor, que no le costaría mucho y le decía ésto mientras me desabrochaba los botones de la camisa.
A penas pudo contestar, no podía apartar la mirada de mi escote. Tuve que ser yo la que me acercara para cogerle las manos y se las coloqué sobre mi cuerpo y las apreté con ganas. Entonces despertó. De repente me atrajo hacia él con fuerza y buscó mis labios para besarme y no dejó de hacerlo ierntras tironeaba de mi ropa. Fue bajando por mi cuello, deteníendose meticulosamente en mis pechos y buscando al fin mi sexo.
Me derribó sobre una paca de heno abriéndome las piernas y metiendo su boca para darme placer. No me atrevía a levantar la voz, sólo me salían entrecortadas respiraciones y ahogados gemidos.
Yo también quería corresponder, quería meterme en la boca aquel miembro, comprobar lo duro que estaba y saborearlo. Me puse de rodillas pero no me dejó regodearme, enseguida quiso poseerme, me levantó en vilo, apoyó mi espalda contra la pared y empezó a empujar entre mis piernas. Tardamos segundos en corrernos como locos en un abrazo intenso.
Al separarnos caímos en la cuenta de que alguien podría entrar, de hecho la puerta estaba abierta de par en par.
De pie, a medio vestir empezó a deslizarse una lengua de fluido denso y tórrido por mi entrepierna. No me puse los pantalones y pedí a mi hombre que me recogiera en la puerta de atrás. Confiaba en que nadie se fijara en que debajo de aquella larga camisa no había nada más, que el resto estaba en mi mano. No daba crédito a lo que veía, me miraba estupefacto mientras me acercaba al coche. Me monté directamente en el asiento de atrás y le pedí que metiera su mano entre mis piernas. Entonces empezó a insultarme sin retirar la mano, a olisquearme y a pedirme explicaciones.
Se lo conté todo, toda la premeditación, todo el gusto de cumplir esa fantasía y el pudor que me producía volver a él llena de la semilla de otro. Pero el morbo había sido demasado como para resistirlo. No duraron mucho sus pantalones puestos, se lanzó sobre mí para marcar a su hembra y yo mientras le daba pormenores del encuentro. La parte final del relato la acompasé a nuestro orgasmo, terminamos derrengados en la parte trasera esperando no haber sido reconocidos por nadie.
¿Y ahora cómo me iba a regañar? Al fin y al cabo lo había disfrutado en diferido, lo había paladeado conmigo. Pero no dejó de llamarme puta, zorra y alguna otra cosa parecida en muchos días. Tampoco podíamos evitar rememorarlo y excitarnos sobremanera. Se nos abría una paradoja, los celos y el placer.

 

Publicado el 21 de Enero de 2009, texto recuperado de mi blog censurado por Blogger

10/01/2009

Mi regalo de cumpleaños

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:14 pm

Creo que me he saltado alguna cosa importante para entenderme mejor, ésto ocurrió muy al principio, de hecho creo que fue mi primera experiencia. 

Lo tenían todo previsto pero a mí no me habían dicho nada, sólo íbamos a cenar y después a tomar algo para celebrar mi cumple.
No sospeché nada hasta que no estuvimos dentro. Me quedé de piedra, de repente quería escabullirme, realmente no estaba preparada para el espectáculo que se ofrecía ante mis ojos: mesitas bajas repartidas por un gran local, asientos colocados en semicírculos rellenos de población masculina y gráciles féminas muy ligeras de ropa repartidas por aquí y por allá; al fondo un escenario donde unas estupendas bailarinas amenizaban la noche descubriendo sus cuerpos.

Nos sentamos muy cerca del escenario y pedimos algo de beber. Eramos cinco, mi amiga y yo debíamos ser las únicas espectadoras del local.

Se me salían los ojos de las órbitas y no podía dejar de mirar cómo bailaban. Me fijaba en sus cuerpos, en cómo se movían, incluso en la dificultad técnica de su danza. Estaba como hipnotizada, apenas si conseguían mantener conmigo una conversación interesante. Y todos la mar de animados como si aquello fuera lo más normal del mundo.
Empezaron a acercarse, en grupos de cinco o seis, hermosas todas y se sentaban intercaladas entre nosotros para darnos palique. Siempre he sido tímida para estos lances y no terminaba de encontrarme cómoda.

Sin previo aviso una de ellas se puso de pie delante de uno de mis amigos y comenzó a bailarle. Yo estaba atónita, no debí siquiera parpadear durante el tiempo que aquella morena se contoneaba sobre él. Se me debía notar el grado de alteración que tenía, procuraba contenerme, por aquello de la compostura, nunca se me pasó or la imaginación que pudiera ocurrir nada más. Me equivocaba.

Mi amiga estaba charlando animadamente con varias de las chicas, yo comentaba el panorama con mi hombre cuando una preciosa muñeca de piel cobriza se acercó a mí para presentarse. No se me habría ocurrido pensar que yo pudiera ser la destinataria, pensaba que las mujeres seríamos entes pasivos. ¡Qué ingenua era!
Se puso delante de mí, de pie y con sus piernas abrió las mías para colocarse en el centro. Y empezó a bailar. Pero este baile era distinto de los que había visto en las otras mesas. Ella me rozaba con todo su cuerpo, se restregaba contra el mío y me miraba, me miraba con un deseo que jamás había visto en los ojos de una mujer.
Estaba totalmente paralizada por la emoción no podía más que mirarla, sólo existía ella. Estaba ruborizada, acalorada. Tenía puesta una camisa con corchetes, aún no entiendo cómo se fueron desabrochando mientras ella movía su cuerpo sobre mí y quedé inmovil con la camisa abierta.
Ese fue el momento que aprovechó para recorrerme con su lengua, besó y lamió toda parte de mi cuerpo visible.
Cuando llegó a mi cuello estaba medio muerta, oía su respiración y cerraba los ojos para sólo sertirla a ella.
Hubiera podido hacer de mí lo que quisiera, en ese momento sólo existía su cuerpo. Ella había despertado en mí una pasión de la que yo no sospechaba ser capaz.

Se terminó y desapareció dejándome desmadejada por completo, con la ropa abierta, recostada en mi asiento, la cabeza inclinada hacia atrás, los brazos caídos.
Entonces fui consciente de la cantidad de ojos que estaban vueltos hacia mí, habíamos sido el espectáculo de la noche. Y lejos de darme súbitamente apuro, me excitó más, si aún eso era posible.

De regreso a casa todas las imágenes se agolpaban en mi cabeza. Deseaba intensamente a esa mujer, como a pocos en mi vida he deseado y recordaba como me miraban todos esos hombres. Nos faltó tiempo para meternos en la cama para culminar la noche.

Acababa de vivir un intenso deseo por las mujeres y excitación por ser mirada lujuriosamente. Desde entonces ambas cosas constituirían parte de mi morbo.

Años después he vuelto al mismo local queriendo revivir aquella fiesta. Pero lamentablemente ahora se ha transformado en un club con algunas chicas que bailan, nada que ver con lo que conocimos.

 

(Publicado 10-01-2009, recuperado de mi blog censurado)

19/12/2008

Con la punta de los dedos

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 3:55 pm

Parece que ha pasado toda la vida cuando a penas nos tocábamos con la punta de los dedos. Recuerdo esos días agónicos en los que la piel no era barrera para nuestro tacto, en los que la mera proximidad de nuestras manos nos abría el pecho desbordándonos de felicidad. Desde el principio un lazo invisible unió nuestras almas, ese lazo por el que sentimos en nosotros lo que el otro vive. Un día te descubres sin razón para alterarte y, sin embargo sabes que algo está pasando y poco a poco esas «casualidades» pueblan tu vida.
Doy gracias a Dios porque la intensidad en nuestra relación no ha desaparecido, sólo ha ido experimentando, buscando nuevos cauces.

Había oído hablar de esos locales y sentía una curiosidad morbosa asi que insití hasta convencer a mi marido. Primero una cena romántica y luego veríamos qué era aquello. Aquel día no quise pasar del cuarto oscuro. Cuando entramos había un par de parejas más, cada uno en una punta. Nos abrazamos y comenzamos a bailar. Yo teblaba como una hoja y miraba curiosa lo que hacían los otros. Entonces la chica de la derecha se puso de rodillas, en una actitud muy clara, un poco girada hacia nosotros, de tal manera que pudiéramos ver lo que hacía, incluso me parecía que estaba ofreciéndome a mí un poco.
Yo llevaba una falda hasta los pies, no fuera a ser que se me viera un gramo del cuerpo. Estábamos a suficiente distancia como para poder observar a la rubia pero que no me pudieran tocar. Entonces mi marido empezó a arrastrar la falda hacia arriba, muy despacio. Según me dejaba las piernas al descubierto empecé a imaginar que era el centro de las miradas de todos y me puse como un palo. La impresión era demasiado fuerte para mí y salí corriendo, arrastrándole de la mano.
Una vez en la calle me dió mucha rabia, me había comportado como una chiquilla y lo peor era que me había gustado lo que había vivido. Al regresar a casa nos fuimos directos a la habitación, no había tiempo que perder, era tal mi estado de excitación que tardé segundos en llegar al climax. ¡Mi cuerpo debía de haber enloquecido! resulta que los orgasmos se habían sucedido uno tras otro. Yo era la primera sorprendida.

Quería volver a probar, esperaba poder quitarme ese bloqueo paralizante. Esta vez la falda era un poco más corta aunque los nerviso fueran comparables. Tampoco había mucha gente, afortunadamente y el la pista de baile hubo algún roce, una caricia furtiva. Pero entonces detrás de una celosía la llama de un cigarrillo iluminó un rostro masculino y me sentí observada de nuevo. Imposible, necesitaba un lugar más íntimo. Porque a pesar de esa impresión no podía negar que estaba excitadísima y quería probar a desnudarse y hacerle el amor medio oculta a los ojos de los curiosos por una sábana. Me llamaba poderosamente la atención que un desconocido pudiera observarnos o incluso participar.

Hubo un punto de inflexión.
Estaba yo de guardia y vino a cenar conmigo. Todo era absolutamente convencional hasta que un amigo común se acercó para traernos no recuerdo el qué. En la conversación empecé a ponerme coqueta, no necesitaba habérselo dicho para saber que mi marido estaba pensando en lo mismo que yo. Me senté en las rodillas del otro, él era muy tímido y le temblaba el pulso. Poco a poco fuero cayendo todas las defensas y terminamos los tres desnudos en la cama.
Yo tumbada boca arriba, mi marido entre las piernas, me susurró al oído «¿no querías tirártelo? pues bésalo, bésalo como si te entregaras a él y no a mí». Primero despacio y después con frenesí me lo empecé a comer con la boca. Me sentía totalmente infiel, era el colmo, tener a mi hombre encima y yo estar entregada a otro. Y, precisamente por eso, yo estaba como una loca y él fuera de sí, no sabía si estrangularme con sus manos por puta o correrse de placer por los cuernos que le estaba poniendo en sus barbas. Es difícil saber a quién de los dos nos gustó más.

Acababa de descubrir que, no sólo me gustaba meter a terceros en nuestra cama sino que me excitaba sobremanera probocar los celos de mi marido. Ésto tendría que explotarlo.

Un día, en vez de ser un chico solo fueron dos y otro más un poco más tarde.
Vicio, vicio y más vicio, cada vez me gustaba más estar en los brazos de otros hombres mientras mi marido, a mi lado, se retorcía de puros celos y gusto.

Lo peor que pudo hacer fue retarme, quiso saber con cuántos hombres quedaría satisfecha, quería demostrarme que me dejaría agotada y saciada de machos. Yo no sabía lo que me habían preparado y me vendó los ojos. Sentada en un sofá no me podíani imaginar lo que iba a ocurrir a continuación.
No oí nada, cuatro manos empezaron a desabrocharme la ropa y me llevaron hasta una cama. Tironeaban de un lado y de otro y consiguieron dejarme desnuda. Sentía el contacto de manos por mi cuerpo y luego de bocas. Entonces vi que el número no cuadraba, al menos cuatro hombres me rodeaban. Y así fue durante horas.
Me colocaban de decúbito prono y supino y otra vez boca abajo y yo no desatendía ningún mienbro que pusieran al alcance de mis manos, de mi boca o de mi sexo. Con los ojos tapados me había abandonado por completo en las manos de eros. Buscaba con la cara dónde estaba él y de vez en cuando le alargaba la mano para que me la sostuviera y compartiera mi placer.
Más altos, más bajos, más delgados, los había para todos los gustos y digo los había porque unos dejaban el puesto a los siguientes y siempre tenía todo mi cuerpo entretenido.
Ni uno solo dejó de darme placer, me corrí con todos, todas las veces que me penetraron y con alguno más de una vez.

Y le reconocí, aunque procuró no tocarme más que con su miembro, supe que era él el que me estaba montando y le abracé como a ninguno porque era el mío.
Ya de madrugada se fueron retirando hasta dejarnos solos. Y al refugiarme de nuevo en sus brazos, al recuperar el olor de su cuerpo volví a darme por entero él.
Ese fue el más intenso de todos los placeres de aquella noche loca.

(19-12-2008, texto recuperado de mi Blog censurado)

13/12/2008

Ruth

Estaba cortadísima.
Pocas veces había entrado en un local de intercambio y no me terminaba de encontrar cómoda. Estábamos dando una vuelta para ver qué ambiente había. Hacia nosotros avanzaba una pareja. Ella se detuvo delante de mí, me miraba sonriendo entre tímida y viciosa. Yo estaba paralizada, me causaba extrañeza su actitud, también su color, nunca me había puesto a observar a una negra y menos aún a acariciarla. Era una muñeca de ebano, muy menuda y con una belleza poco frecuente.

Acercó su mano hacia mí, mediaron pocas palabras. Primero me acarició despacio las manos, subió por los brazos y me besó.
¡Uf! ¡Qué labios!¡Qué boca!
Entonces, como una pantera, me derribó sobre la cama, sin parar de besarme; se frotaba contra mí y seguía besándome. Ella empezó a quitarse ropa pero sin separar su cuerpo del mío. Para ayudarla, mi marido y su acompañante, cada uno por un lado, me desnudaron. Yo no daba crédito a lo que estaba pasando y a penas podía reaccionar.
No me dio ni un segundo de descanso, hizo con mi cuerpo lo que quiso y según iba creciendo mi grado de excitación empezaba a tomar un papel más activo. Hasta que no pude refrenar mis manos ni mi boca.

Por aquel entonces pocos encuentros había tenido yo con otras mujeres y me estaba descubriendo deseando su placer y el mío.

Acabamos sudorosas y jadeantes. Entonces pude ver el corrillo que se había formado a nuestro alrededor y la cara indescriptible de los que miraban.

Me dio su teléfono. Hablaba muy mal español, pero me pudo explicar que nunca le había atraído una mujer de aquella manera y que quería verme más veces, a mí y a mi marido.

A los pocos días la llamé para que fueramos al cine. No conseguí quedar a la primera. Ruth me puso alguna excusa poco creíble y extraña, comenzamos a sospechar que algo raro había entorno a ella.
Lo conseguimos pocas semanas después. Quedamos; una peli en versión original para que ella también pudiera entender (hablaba muy bien inglés). Se sentó en medio y cuando comenzó la película echó sus manos a derecha e izquierda y al cabo de un rato era absolutamente imposible poner la atención en algo distinto de ella. Al ayudarla a bajarse un poco los pantalones me asombré de descubrirla empapada y reclamante.
Por el bien del público asistente y porque ya no podíamos más, nos fuimos a casa y continuamos allí.

Quedamos unas cuantas veces hasta que se decidió a hablar. Cuando llegué a recogerla la llamaron al móvil, era su hermana mayor. Cambió el gesto y comenzó a llorar; yo no entendía qué estaba pasando porque hablaba en un idioma que yo no conocía.
Cuando se serenó nos dijo que su madre había muerto, pero en ese momento no supo explicarnos nada más. La llevamos a casa.
Tenía en las mejillas unas cicatrices en forma de cruz muy profundas y otras lineales por todo el cuerpo, pensábamos que serían producto de algún ritual. Pero no, se las había hecho el mismo hombre que la sacó de su casa bajo engaño, que la trajo a España a trabajar supuestamente de azafata, que la tenía secuestrada en un piso y que la maltrataba cada vez que no llevaba suficiente dinero de su trabajo en la Casa de Campo.
Se pasó varias horas hablando y llorando. Era africana y muy joven. En su país los enfrentamientos armados sembraban el terror entre la población civil. Os ahorraré detalles.

Un compatriota se ofreció a llevar a la joven a España a cambio de una fuerte suma que devolvería gracias al trabajo estupendo que le tenían buscado.
Contaba su desesperación por no saber nada del sexo el primer día que la llevaron a trabajar. Nos describió el encuentro con el cliente que la desfloró, ese chico debió de quedarse perplejo al llevar a una muñequita como aquella a casa y descubrir que era totalmente inocente.

No podíamos dejarla marchar así. Le ofrecimos lo que teníamos, nuestra casa y ayuda para escapar de las garras de su chulo y rehacer su vida. Aceptó pero a pesar de nuestras advertencias quería regresar al piso. Se había dejado el número de teléfono de la casa materna y había quedado con su hermana en que llamría por la tarde.

Mi marido tenía que ir a trabajar pero yo diponía del día libre. La llevé hasta donde me indicaba. Para complicar un poco más las cosas se había dejado las llaves y debía de esperar hasta que uno de sus compañeros de piso volviera, habló con él varias veces por teléfono e insistía en que no se moviera de la estación de renfe, que el no tardaría mucho. Hay que decir que esos días ella se sentía un poco más libre porque el chulo no estaba. Cuando apareció ese tipo les acerqué a la casa con idea de montar en el coche sus pertenencias y marcharnos. Pero volvió a bajar con él y su única obsesión era encontrar como fuera un locutorio para llamar a su país.
La vi a través de los cristales. Su suerpo se estremecía entre sollozos e iba dejándose caer al suelo mientras seguía sosteniendo el auricular. Me pilló desprevenida, esas cosas sólo ocurrian en las películas.
El que estaba al otro lado de la línea no era otro que su chulo que tenía desde hacía varios días secuestrados a sus hermanos pequeños y los estaba torturando. Le exigía una suma imposible de dinero a pagar en 24h si quería que sus hermanos no corrieran la misma suerte que su madre. Junto a ella su compañero de piso se mantenía impertérrito.

Las siguientes horas fueron de locura. Primero hablaba y hablaba con aquel tipo y el resto del tiempo no dejaba de llorar. Me dijo que tenía que ayudarla, que le tenía que dejar el dinero y me lo dijo poníendose de rodillas en la calle, suplicándome con las manos juntas y abrazándose a mis pies.Al contároslo lo estoy reviviendo y se me sigue poniendo un nudo en la gargarnta.
Esa no era la solución, bien lo sabía yo pero ella no quiso oirme.
¡Oh! qué casualidad que el tio ese conocía una persona que le podía ayudar pero que debían de ir esa misma noche.
En efecto, eran ya cerca de las cuatro de la madrugada cuando la volví a dejar en su piso con su vida vendida, entregada a esos seres despreciables. No la he vuelto a ver.

Sólo una vez me llamó el chico que la recogió de mitad de la calle, la habían pegado una paliza, estaba medio muerta y la llevaba en un taxi al hospital; ella pudo recordar mi número y habló conmigo sólo unos segundos. Después de ésa mnoche no contestó más a mis llamadas.

Se que jamás leeras ésto Ruth pero es que nunca te dije que te quiero.

(13-12-2008, Texto recuperado de mi Blog censurado)

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