Blog MariaG

21/01/2009

El mozo

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:21 pm

Desde pequeña me apasionan los caballos y por temporadas he podido dedicarle tiempo a la equitación.

Al principio no me di cuenta, sólo con las semanas me percarté de lo atento que era conmigo aquel chico. Él debía traerme a mi manso para entrenar, iba a buscarlo a su box, lo enjaezaba y me ayudaba a subir. Cuando terminaba mi clase se quedaba largo rato atendiéndolo, le limpiaba los cascos, le cepillaba y todo ello con una dulzura llamativa.

No era lo único que me llamaba la atención de aquel muchacho pues era apuesto, rubio, de ojos verdes, alto, fornido y muy tímido. He olvidado su país de origen, incluso su nombre pero no su rubor cuando le dirigía la palabra.

Ese día llegué un pelín tarde y me dio rabia, habían salido todos al campo y no se habían percatado de mi ausencia. Ya que estaba allí aproveché para dar una vuelta y ver a los caballos que habían quedado. Abajo no había un alma. Alrededor de la otra pista dos naves contenían el resto de animales.
Según iba a entrar por la puerta, de frente, me topé con el barbilampiño con un cubo lleno de grano en la mano. Le seguí con la mirada y no me moví del sitio hasta que reapareció.

Me dije a mi misma que jamás volvería a tener una oportunidad como aquella, chicos así no se ven todos los días.
Llamé a mi marido por teléfono y le pedí que viniera a buscarme en media hora, creo que le dije que no podía arrancar mi coche. Quería darle una sorpresa aunque no las tenía todas conmigo de que la jugada fuera a salirme bien.

Me acerqué a él, le miraba con toda la intensidad de que era capaz; le pregunté que si tenía mucho trabajo y, por supuesto tenía muchas cosas que hacer. Entonces le pedí que si me podía hacer un favor, que no le costaría mucho y le decía ésto mientras me desabrochaba los botones de la camisa.
A penas pudo contestar, no podía apartar la mirada de mi escote. Tuve que ser yo la que me acercara para cogerle las manos y se las coloqué sobre mi cuerpo y las apreté con ganas. Entonces despertó. De repente me atrajo hacia él con fuerza y buscó mis labios para besarme y no dejó de hacerlo ierntras tironeaba de mi ropa. Fue bajando por mi cuello, deteníendose meticulosamente en mis pechos y buscando al fin mi sexo.
Me derribó sobre una paca de heno abriéndome las piernas y metiendo su boca para darme placer. No me atrevía a levantar la voz, sólo me salían entrecortadas respiraciones y ahogados gemidos.
Yo también quería corresponder, quería meterme en la boca aquel miembro, comprobar lo duro que estaba y saborearlo. Me puse de rodillas pero no me dejó regodearme, enseguida quiso poseerme, me levantó en vilo, apoyó mi espalda contra la pared y empezó a empujar entre mis piernas. Tardamos segundos en corrernos como locos en un abrazo intenso.
Al separarnos caímos en la cuenta de que alguien podría entrar, de hecho la puerta estaba abierta de par en par.
De pie, a medio vestir empezó a deslizarse una lengua de fluido denso y tórrido por mi entrepierna. No me puse los pantalones y pedí a mi hombre que me recogiera en la puerta de atrás. Confiaba en que nadie se fijara en que debajo de aquella larga camisa no había nada más, que el resto estaba en mi mano. No daba crédito a lo que veía, me miraba estupefacto mientras me acercaba al coche. Me monté directamente en el asiento de atrás y le pedí que metiera su mano entre mis piernas. Entonces empezó a insultarme sin retirar la mano, a olisquearme y a pedirme explicaciones.
Se lo conté todo, toda la premeditación, todo el gusto de cumplir esa fantasía y el pudor que me producía volver a él llena de la semilla de otro. Pero el morbo había sido demasado como para resistirlo. No duraron mucho sus pantalones puestos, se lanzó sobre mí para marcar a su hembra y yo mientras le daba pormenores del encuentro. La parte final del relato la acompasé a nuestro orgasmo, terminamos derrengados en la parte trasera esperando no haber sido reconocidos por nadie.
¿Y ahora cómo me iba a regañar? Al fin y al cabo lo había disfrutado en diferido, lo había paladeado conmigo. Pero no dejó de llamarme puta, zorra y alguna otra cosa parecida en muchos días. Tampoco podíamos evitar rememorarlo y excitarnos sobremanera. Se nos abría una paradoja, los celos y el placer.

 

Publicado el 21 de Enero de 2009, texto recuperado de mi blog censurado por Blogger

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