Blog MariaG

30/06/2009

MariaG, una secretaria muy especial

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 3:59 am

MariaG tu escort independiente Sexo y relax en Madrid

29/06/2009

La idea de ir a un club. El segundo día (III)

Filed under: Y nació MaríaG — MaríaG @ 3:58 am

Ese día me había puesto especialmente sexi. No entendía el porqué de la ausencia de ciertas prendas en el vestuario femenino de aquel lugar. Yo no tenía ninguna intención de abandonar el uso de medias ni ligueros y aquel día le añadí un deshabillé especialmente sugerente. Aún así iba más vestida que la mayoría de mis colegas. 

Puntual a las 17:00h, me dispuse a acomodarme en una banquetita esquinada a contemplar cómo evolucionaba el público. Saludé a una de las pocas que ya estaban en sus puestos. Me miró con severidad, era la rumana ajada y lo que me dijo no pude por menos que tomármelo a pitorreo: «el encargado te va a regañar porque llevas poca ropa». ¿El encargado? La única vez que lo había visto había sido meses atrás cuando no quería dejarme subir con una chica, siendo yo clienta. No llevaba un gran escote, tenía todas mis partes pudendas tapaditas, los ligueros asomaban, sólo iba un poco entallada, aunque, claro está, no con ropa para salir a la calle (dudo que el resto de putas exhiban sus conjuntitos cuando salieran de paseo). Total, absolutamente adecuado para mi oficio. Lo más llamativo era que en comparación con las demás, yo lucía casi discreta.

Y así lo entendieron los clientes, que no me dejaban descansar ni un segundo. En una de mis idas y venidas, (y con sospechosa prontitud tras la observación de mi poco amigable compañera), vino hacia mí el mencionado encargado y me pidió que le acompañara al despacho. Fui tratada verbalmente de una manera que no habría tolerado en otra situación, ejerciendo mi profesión habitual, desenvolviendome en el papel de mujer de éxito y consideración social que representaba en mi vida cotidiana. Las palabras finales fueron algo así como -«y si no te gusta, coges tus cosas y te vas».
Cada vez que tragaba saliva me sabía a hiel.
Apretaba los dientes, intentaba serenarme, pero de mi boca no salían las palabras deseadas.
Salí del despacho, a punto de las lágrimas por mi orgullo herido. Necesitaba calmarme un poco. Llamé a mi marido que estaba abajo esperando mi regreso, para mí sola era un bocado demasiado grande.
Nos sentamos y pasados unos segundos empecé a analizar mis motivaciones para estar allí, el gusto por esta aventura, nuestro juego. En otro trabajo mi criterio es respetado, se valora mi labor, mi consejo es tenido en cuenta. Jamás había sido tratada así.

Entré en razón, cualquier mujer que tuviera que alimentar a su familia, ante aquellas palabras hubiera bajado las orejas y acatado. Yo no iba a ser más que nadie. Y en cuanto al morbo de ser y sentirme una puta más en un club, no podía romper la baraja cuando las cartas no marcasen el juego idílico propuesto por mi imaginación
Me puse en pie y con paso decidido enfilé hacia aquel tipo. Me disculpé, afirmando que no volvería a ocurrir, que descuidara. La sonrisa triunfal asomó en su rostro y paradojicamente, una vaga excitación recorrió mi cuerpo y mi ánimo.

De acuerdo, bajaría en traje de noche.
Y este nuevo modelito tuvo igual aceptación que el primero.
Aquella noche iba de sorpresas.

Había pelado la pava con dos mujeronas espléndidas, de colombia, una sobre todo con unas curvas de vértigo. Me las topé en un rato de descanso. Empezaron a hablar de lo mal que estaba el trabajo y no quise contradecirlas. Entonces, una de ellas sacó una bolsita y comenzó a agitarla cual abanico, golpeando rítmicamente su otra mano. Nunca lo había visto, desconocía si aquello era mucho o poco, sólo sabía que era caro. Me llevaron a un rinconcito de la barra lateral y allí terminaron su perorata sobre si la única manera de trabajar era con ésto, muchos clientes era lo que buscaban, que no hacía falta que yo me metiera nada, sólo tenía que disimular o bien, un poco no hace daño.
Ante mi negativa esgrimían argumentos tales como que a los «loquitos», como ellas los llamaban , no se les ponía y era un trabajo fácil, sólo chupar; además solían subir con varias chicas, invitaban a copas, daban la tarjeta de crédito y pagaban más horas de las que recordaban haber contratado. Total, para ellas eran los mejores clientes, un chollo.

¿Cómo podría explicarles que yo realmente quería trabajar,entregarme a aquellos desconocidos, darles y recibir placer con todas mis fuerzas? Nuestros conceptos de las cosas eran tan dispares que ni me molesté en argumentar. Les dí las gracias y decliné la invitación. Ahora se me hacía la luz sobre el significado de las primeras palabras que intercambié con aquel señor el día anterior.

No había terminado de recuperarme cuando me acerco a un joven bien parecido. Él sonríe, toma ambas manos entre las suyas y me espeta con sarcasmo: -«Tu con estas manos… friegas escaleras verdad bonita?» ¿Pero es que todo el mundo se ha vuelto loco aquí?! Me dio la risa y me marché a cenar algo.

Texto publicado el 29-06-2009, recuperado de mi blog censurado

25/06/2009

Las que tienen que servir

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 5:59 am

MariaG tu escort independiente Sexo y relax en Madrid

24/06/2009

La idea de ir a un club: Mi primer día de trabajo (II)

Filed under: Y nació MaríaG — MaríaG @ 4:00 am

Eran las 5:10, no había querido bajar antes por aquello de no encontrarme todo vacío y yo sin saber qué hacer. Cuál no sería mi sorpresa cuando me crucé con una compañera que subía las escaleras con un chavalín agarrado de la mano. Por lo visto hay clientes de primera hora, clientes que saben positivamente que quieren subir y cuanto antes; me dio mucha rabia no haber estado en mi puesto, se me había escapado la primera oportunidad, quién sabe, a lo mejor no volvía a tener ninguna en esa noche. 

Los últimos escalones fueron los más difíciles, tuve que hacer acopio de todo mi valor para poner el primer pie en aquella estancia. Miraba todo como una niña pequeña, los espejos, los monitores de televisión, las maquinitas y a las reinas del lugar. Colocada en el centro, de forma elíptica, la barra aislaba a los camareros de nosotras. Y en torno a ella algunos caballeros disfrutaban de un refrigerio.

No eran muchas, algo más de una docena a esas horas. Las fui examinando, intentando recordarlas, me fijaba particularmente en las actitudes de cada una. La curiosidad en algunos casos era mutua, otras miraban con desprecio o suficiencia y una en concreto me miraba con una sonrisa torcida. Era una rumana que no debía bajar de los cuarenta, poco agraciada y de modos displicentes. Me descolocó un hombre que se me acercó repentinamente, porque tardé unos días en comprender el significado de sus palabras «si tienes, subimos unas horas, si quieres, con tus amigas», aún me quedaba mucho por ver. Esas fueron las primeras palabras que me dirigió un cliente.

Sabía la teoría, ahora me tocaba demostrar que tantos años de estudio no me habían secado el cerebro y que mi timidez no podría conmigo. Subida en mis tacones comencé a caminar alrededor del ruedo. Lentamente conseguí acercarme hasta el primero de mis objetivos. Pero primer intento fallido, era el novio de una chica y estaba esperando que bajara. Lo intentaría entonces con el siguiente y luego con otro y otro más. No había terminado la primera vuelta cuando me vi cogiendo a aquel muchacho de la mano y subiendo con él.

Estaba temblorosa por los nervios y más después de saber que para aquel chico era su primera experiencia. Decía tener diecinueve y una novia algo menor. Lo que quería es aprender qué se puede hacer en la cama con una mujer. Cariñoso, apasionado, se reveló como un amante bien dispuesto. Quería probarlo todo y su cuerpo reaccionaba con una precisión envidiable. Entre besos le fui mostrando todo el sexo que yo conocía. Y repetimos y volvimos a caer y terminamos derrengados y sudorosos.

Al bajar, el panorama había cambiado sustancialmente. Música más fuerte, decenas de chicas por doquier y un montón de señores alternando con ellas. Y, entre todos, distinguí con claridad a mi siguiente víctima: mi marido se hallaba en medio de todos. Le trataría como al resto, así que empecé a coquetear por la esquina más alejada de donde él se encontraba, hasta llegar a su altura. Entonces le eché unos piropos y la faceta masculina de pulpo afloró. No me quedó más remedio que subírmelo a la habitación, pasando, por supuesto, por el trámite de las sábanas.

Quería contárselo todo, revivir con él todo lo ocurrido hasta el momento, necesitaba que me abrazara, sentirme suya. Aquel no fue un hecho aislado. Durante la semana que estuve allí su presencia fue para mí un aliento inconmensurable. No era mi chulo, no venía a ver si trabajaba o no, me sostenía, me animaba y también me espiaba, se regodeaba contemplándome cuando yo estaba distraída. Cuando regresáramos a casa tendríamos las retinas cargadas de imágenes morbosas con las que jugar.

Hubo otro escarceo antes de que me retirara un rato. Me fui a cenar. El chisporroteo de los huevos fritos me despertó un apetito voraz y en mi plato entró también un trozo estupendo de carne con alguna guarnición. Me senté en uno de los pocos sitios que había vacios. A mi lado una chica muy mona, morena y delgadita comía un poco de arroz blanco sin levantar los ojos del plato. Intenté trabar conversación, no hablaba español, también probé en inglés y al fin consiguió hacerse entender en francés.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, llevaba tres días en el local, no había trabajado porque los clientes no la entendían y, sobre todo, ¡tenía hambre! Su timidez le había impedido intentar mostrar por señas a las cocineras qué deseaba comer y se había servido simplemente lo primero que había encontrado. A los cinco minutos no se la oía ni respirar, creo que no le daba tiempo, a la velocidad con que rebañaba su plato. Los días siguientes, cada vez que me la cruzaba le preguntaba si ya había trabajado. Al tercero estaba exultante, había subido con un caballero.

Según avanzaba la noche aumentaba el número de hombres y nuevas putas salían hasta de debajo de las piedras. 

Después de ocho horas de trabajo me fui a casa. Pero antes, por curiosidad, eché un ojo al listado que la mami encargada de las toallas tenía. Yo era la chica que más había trabajado en lo que iba de noche. Estaba realmente asombrada. La única española del lugar ¡y estaba poniendo nuestro estandarte nacional en su sitio!

Nunca lo hubiera imaginado. Había comenzado esta aventura asumiendo que me costaría dinero, que no llegaría a cubrir los gastos del hotel. Mis motivaciones hablaban de conocer la vida real de mis compañeras de profesión, del morbo de la convivencia, etc. pero no de mejorar mis ingresos. Y resulta que entre tanta belleza exótica, ser producto nacional era un punto a mi favor.

 

Publicado 24-06-2009, Texto recuperado de mi blog censurado

23/06/2009

Por la ventana

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 7:43 pm

22/06/2009

La idea de ir a un club: Ahora al otro lado (I)

Filed under: Y nació MaríaG — MaríaG @ 7:48 pm

¿Cómo sería vivir una temporada rodeada de mujeres? Pero no de cualquier manera sino recluida como ellas y disponible como ellas.

Era una fantasía de hacía tiempo. La idea de un espacio donde conviven tantas féminas y todas putas como yo, me resultaba tan sugerente como un cuento de las mil y una noches.

Me acerqué un día para preguntar. Me daba mucha vergüenza entrar pero me armé de valor y abrí la puerta.

Era una recepción como la de caulquier hotel a las doce de la mañana. Por allí pululaban mujeres en vaqueros y arregladas que se cruzaban con otras en camisón y zapatillas. Una señora moderadamente gentil me explicó cómo debía solicitar mi alojamiento en el hotel, las tarifas, el tiempo de espera para obtener plaza y me tomó los datos.

Durante tres meses descolgaba el teléfono para tener noticias de mi asunto todas las semanas. Hasta que un día me dijeron que sí.

Ahí empezaron mis nervios. Hasta ese preciso instante no había terminado de darme cuenta de que aquello ocurriría realmente. La idea era absolutamente excitante.

Pedí una semana de vacaciones en mi trabajo. Ya las había visto en una ocasión pero siempre tengo en la mente las imágenes de los burdeles con clase de antes, chicas elegantes, con lencería fina. Así que mi siguiente paso sería pertrecharme de atuendos apropiados, con los que me pudiera sentir cómoda mostrándome públicamente: sandalias de tacón, medias y ligas, ligeros, corpiños, saltos de cama, negro, rojo, más negro y blanco, todo lo que estimulara mis sentidos y el deseo.

Cuando llegó el día señalado yo era un manojo de nervios. Habíamos hablado mucho sobre el particular y yo tenía asumido que no trabajaría ni siquiera para pagar la manutención. Allí había alrededor de doscientas chicas alojadas, prácticamente todas más jóvenes que yo, de países exóticos, algunas realmente bellas. Definitivamente no podría competir con ellas, una cierta inseguridad quería asomar la patita.
Quedarme a dormir allí alguna noche podría gustarme pero en principio regresaría a casa. Y, desde el primer día vendría a verme mi marido, como cliente, claro está e incluso invitaríamos a un par de amigos que conocían nuestras andanzas.

Me indicaron cuál sería mi habitación y al entrar me encontré transportada a Londres en los peores momentos de contaminación, con una morenita sentada en la cama que no paraba de fumar. Me disculpé y bajé a pedir un cambio de ubicación.

Ahora en la primera planta, la primera puerta después de la escalera. Un pequeño recibidor con una puerta de armario, daba acceso a un cuarto de baño y dos habitaciones, la mía sería la de la derecha. La vecina de la habitación de al lado me informó, resulta que por cada habitación con espléndida cama matrimonial eran dos chicas las que vivían; si a eso le sumamos que eran dos cuartos, cuatro chicas compartirían el cuarto de baño.

Compartir habitación suponía también que, dado que ese mismo cuarto era el que se emplearía durante la noche para trabajar, existían posibilidades de coincidencia de ambas, momento en el cual la última en llegar con su cliente, debía de buscar un lecho libre en las escasas habitaciones pensadas para este contratiempo. Y, de no enconrar, esperar pacientemente.

También implicaba que no había posibilidad de descanso en las horas de apertura del club, desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la mañana. Quizá ésto fue lo que más me sorprendió.

Había tenido suerte y mi compañera de habitación no estaba. Se fue a una salida y tardaría varios días en volver. Mientras tanto, para no perder la plaza, seguía pagando su habitación diariamente. Al menos hasta su regreso podía hacer uso integral del cuarto.

Al lado una peruana de veinteaños, muy mona ella, se dedicaba a arreglarse las uñas con el radiocasset encendido. Me presenté y estuvimos pelando la hebra un rato. Me sentía con total libertad para preguntarle por su edad, sus hijos y familia. Como muchas de las que luego conocería ella también tenía hijos en su país, a cargo de la familia. Estaba ahorrando para regresar, ya había comprado una casa, le puso un negocio a su madre y ahora quería unos meses más antes de regresar a su patria.
Yo, sentada en la cama, escuchaba todo con estupor.
Al cabo entró otra moza, más entrada en carnes pero también muy lozana. Y allí que continuamos el comadreo. Ellas respondían a mis preguntas curiosas, que no eran pocas; me contaron un poco como iba el ritmo allí pero fundamentalmente me interesaban sus vidas, sus proyecciones de futuro. La primera ya sabía a lo que venía cuando aterrizó en España pero no así la segunda. Me hablaron de otras provincias, de clubs de carretera, de pisos y a mí me daban ganas de sacar un cuaderno y ponerme a tomar notas para no perder ni una sola de sus historias.

Quería ver todo antes de la hora de apertura, así que, después de colocar mis cosas salí al pasillo. Era una buena hora para comer pero el horario en este sitio estaba un tanto trastocado. Me cruzaba con mujeres con bata, zapatillas y rulos, otras totalmente vestidas, por supuesto con vaqueros prietos. Unas iban a desayunar recién levantadas y otras venían de comer para a continuación comenzar a arreglarse. Mis ojos no tenían descanso ante tanta hembra suelta.
Escuche algo de barullo cerca del recibidor. Resulta que varios días a la semana traían un surtido completo de atuendos y complementos. Y por allí iban pasando todas a ver si encontraban ese conjunto rompedor con el que estar monísimas esa misma noche. La verdad es que algunas de las cosas que tenían no se ven usualmente en tiendas.

Pasé después al comedor. Allí estaban siempre disponibles una serie de platos, arroz, frijoles, fruta, café, mantequilla y mermelada, pan. Al lado las cocineras que te preparaban en el acto el plato que quisieras del menú. Como no había mucho trabajo pude hablar un poco con ellas. Siempre tenían diversos tipos de comidas, no les gustaba lo mismo a las brasileñas que a las rumanas. Y nunca se sabía qué comida tocaba, si iban a desayunar a las tres de la tarde o a las cinco de la mañana. Si alguna chica hacía una salida o tenía un cliente hasta muy tarde, podía llamar y pedir que le tuvieran lista alguna cosa para cuando terminara. Era muy rico todo lo probé.

Me faltaba por conocer la figura de la «mami». Estaban en cada planta y tenían ocupaciones diversas. A ellas acudías, por ejemplo, si no tenías cuarto para trabajar. Te asignaba uno y, como no, te llamaba puntualmente a la puerta cinco minutos antes del fin de la hora. Podías recurrir casi para cualquier cosa y era la palabra más oída por los pasillos. También era mami la que te daba las sábanas antes de subir a las habitaciones. Porque el sistema para subir con el cliente a tu habitación incluye que hagas una parada para recoger la sábana y la toalla previo pago de unos euros; en ese mismo cuarto las chicas tenían unas taquillas donde podían depositar sus neceseres y recogerlos para «hacer» el cliente. Llevaba un buen control de todas; apuntaba en un primoroso cuadrante una cruz por cada vez que solicitábamos las sábanas, me resultaba especialmente morboso poder ver con cuántos hombres se habría acostado mi vecina o la rubia esa despampanante.

A porteros, camareros, gerente y recepcionistas no tardaría mucho en conocerles.

Ahora era mi turno, debía prepararme para mi primera salida al ruedo. Subía a la habitación, desparramé todo lo que traía y busqué algo especial para la ocasión. Las medias serían la pieza clave.

 

Publicadoel 22 de Junio de 2009, texto recuperado de mi blog censurado

16/06/2009

Cartelera Madrileña, en el cine con MariaG

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 7:46 pm

10/06/2009

La idea de ir a un club: Primero como clienta

Filed under: Y nació MaríaG — MaríaG @ 1:15 pm

Tenemos unos amigos muy puteros y nos hemos ido con ellos a club. El primer día que se nos ocurrió quedamos todos allí directamente, llegaríamos a diferentes tiempos según saliéramos de nuestros respectivos trabajos.

Tenía muchas ganas de ir, quería empapar mi retina de aquellos espacios que son reservados sólo para ellos, quería contemplar la belleza de sus cuerpos ligeros de ropa. ¡Había fantaseado con esas imágenes tantas veces!

Iba un pelín nerviosa pero sobre todo tenía unas ganas tremendas de que llegara la hora. Así que conseguí salir antes, aparqué y me dirigí a la entrada. En la puerta un tipo como un armario me impidió la entrada. De primeras me pidieron mi DNI y no tuve ningún problema en enseñárselo. Luego me dijeron que no podía pasar, dirigiéndose a mí de una manera muy brusca. Estaba defraudada y me sentía mirada mal por aquel tipo y por otro gorila que salió después. se me estaban quitando las ganas de entrar.

Tardó poco en llegar mi marido y entonces me volví a plantar delante de la puerta. Volvieron a pedirme mi documentación y esta vez parecían más suaves. Según ellos, la prevención hacia mi persona procedía de que una vez la mujer de uno de los que allí estaban tomando algo entró y les debió montar un zipizape descomunal.

Se abrieron las puertas para mí y comenzamos a bajar las escaleras. Allí estaban, decenas de ojos se había vuelto hacia nosotros. A partir de ese momento y hasta que salí de allí no dejé de sentir sus miradas. 

Todas aquellas mujeres danzaban a nuestro alrededor, nos miraban, se aproximaban, hablaban con mis amigos, les ponían alguna mano de más encima e intentaban trabar conversación. Claro está que las miradas que me dirigían a mí eran de otra índole, curiosas, suspicaces, recelosas. No, no me miraban como una posible clienta sino como una posible competidora y gozaban de exhibirse más descaradas si cabe en mi presencia. Yo estaba embriagada por ver tanto cuerpo ligero de ropa a mi alrededor, tanta mujer hermosa moviéndose en una danza sinfín.

Tardé un rato en poder reaccionar. Debía elegir una candidata y no sería tarea fácil. Tuve que vencer mi timidez para lanzarme al ruedo. Me di media vuelta en la barra, me dedicaría a observarlas un rato, a comentar sus cuerpos con los del género masculino y, sobre todo con él, el que compartiría conmigo el manjar seleccionado. Las había morenas, rubias, negras y más blanquitas, de diferentes orígenes salvo nacionales; eso sí todas altísimas, con esas plataformas imposibles que hacen que su andar se desvirtúe. No puedo evitar que la imagen que surja en mi cabeza cuando pienso en un andar sensual sea la de Marylin en una escena de «El príncipe y la corista» en la que ella abandona la estancia con un impresionante vestido blanco y un bamboleo que quita el sueño.

Hice algunos intentos, en todos los casos, les parecía muy bien subir con los dos, pero al momento de decir que no quería un show, sino real, indefectiblemente me miraban como si fuera marciana; parecían decir «¡¡yo soy puta pero decente!!¡¡ yo no hago cochinadas!!».
Me fijé en una mujer que rondaría los treinta, morena, menuda que parecía intentar mimetizarse con la decoración. Lo que más me llamó la atención de su figura fue una cicatriz que recorría todo su vientre longitudinalmente y que ella tapaba poniendo constantemente sus manos cruzadas delante. De repente esa marca empezó a darme morbo y a desearla frente a las nenitas perfectas.
Me acerqué, ya no recuerdo de qué país de Sudamérica procedía. Era muy dulce en el hablar. Primero no me contestó y dio una vuelta al local. No era la más llamativa pero me parecía una candidata perfecta. En su ausencia continué las pesquisas, la tarea de hablar con ellas, juguetear un poco con mis manos, ¡Uf! ardua labor.
Regresó. Una vez acordado todo, me cogió de la mano y nos dirigimos a unas escaleras interiores. Yo desconocía el protocolo y todo me resultaba novedoso. Llegamos donde estaban las sábanas, esperamos en la puerta y entonces surgió la segunda situación de película:¡El gerente se nos acercó para decirme que no podía trabajar allí! «Disculpe pero yo no estoy alojada en el hotel, vengo con mi marido como cliente» pues nada, que no lo entendía y venga a repetirme que no podía trabajar sin estar alojada. Hasta que no intervino mi hombre no entró en razón aquel tipo que se había permitido levantarme la voz y ser bastante desagradable. Parece que no es muy habitual es estos sitios presencia femenina fuera de las señoritas.
Cruzarme con otras chicas que llevaban cogidos a sus clientes, todas con un neceser en las manos, las señoras de bata blanca sentadas en cada piso, la habitación, todo era irreal.
Una vez en la habitación nos invitó a lavarnos. A mi vino a ayudarme para darme bien de jabón en el bidé, me resultaba cómico que me frotara como si quisiera sacarme brillo a pesar de que yo, como es natural, fuera recién duchadita y oliendo a rosas. Su rutina.

Recuerdo aquella hora, me impresionó como, al poco de besarnos, cambió de actitud y se entregó al placer. Los dos nos abandonamos y entrelazamos nuestros cuerpos con el de ella que pasó a ser un catalizador para nuestra pasión.
La recorrí entera, lamí cada centímetro de su piel y me estremecí con sus caricias, con sus labios carnosos buscando los míos. Y le compartimos como colofón amatorio, necesitábamos sentirnos llenas y robarnos el semental, nuestros instintos más animales salían a la luz.
Y terminamos jadeantes, recostados uno al lado del otro sin dejar de besarnos un instante.

Publicado 10-06-2009, texto recuperado de mi blog censurado

03/06/2009

Por las calles de Madrid

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 7:50 pm

Más coqueta no se puede

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 1:13 pm

Older Posts »

Powered by WordPress