Blog MariaG

08/12/2008

El equipo de futbol: Ascenso a primera

Filed under: La verdad no hay quien la crea — MaríaG @ 6:20 am

La conversación comenzó bastante normal. Supuestamente eran dos amigos que querían que fuera a un hotel esa misma noche. Dos eran seguro porque oía la voz por detrás de otro chico. Preguntaba y pedía mucho detalle. Pero pronto empezaron a animarse y a introducir nuevos factores. 

Fuimos pasando de dos amigos a unos cuantos y al final decía que eran un equipo de futbol y que querían que fuera a una habitación y luego, quién sabe los que se animarían y lo que llegaría a pasar en esa orgía.

Yo les seguí el juego hasta el final aunque parecía claro que era todo invención. Y, efectivamente, no volvieron a llamarme.

Pero consiguieron una cosa, empecé a fantasear con eso de un equipo de jóvenes macizos todos dispuestos a follarme.

Lo que viene a continuación ocurrió unos meses después y es estrictamente cierto aunque sé muy bien que los que no me conocéis no os creeréis ni una palabra, bueno, al menos disfrutad del relato.

Acabábamos de despertarnos, serían las 8 de la mañana de un domingo de tardía primavera. Me apreté contra su cuerpo y empecé a ponerme cariñosa. Obtuve los primeros resultados deseados pero lejos de continuar, mi marido se apartó un poco. Decía seguir celoso por lo que le había hecho el día anterior. Supliqué perdón y me impuso una penitencia: no debía regresar al cuarto hasta haber tenido tratos carnales con algún hombre.

Me parecía tarea imposible, así que salí del cuarto un tanto desolada. Desde la segunda planta, por las escaleras, me dediqué a recorrer cada corredor, bajar al comedor, ir a recepción, subir hasta el cuarto de máquinas del ascensor,… Por el camino quizá me crucé con alguien, desde luego nadie que me pudiera dar juego.

Me dispuse a bajar por última vez a la recepción.
En la entreplanta algo había cambiado, una puerta había quedado entreabierta. Me detuve. Alguien, vestido con un chándal garabateaba en una pizarra. Supuse que estaría preparando una reunión posterior, así que me asomé y al no ver a nadie más, entré. Yo era una pobre chica aburrida que se había levantado de la cama con ganas de compañía. No hizo falta que le repitiera el argumento, cerró la puerta y me desabroché los botones del vestido. Poco tardé en encontrarme catando el sabor de su miembro y derribada sobre las mesas.
Una escueta despedida tras un escarceo de pocos minutos.

Llegaba con otro ánimo a mi planta y comenzaron a salir de las habitaciones muchachos en pantalón corto, con cuerpos estupendos y lozanía en sus rostros. No dudé en saludarles según me iba cruzando con ellos. Aquella me parecía una oportunidad nada desdeñable, así que me dediqué a insinuarme a cada uno de los que salieron de aquellas habitaciones. La mayoría simplemente se sorprendía y declinaba la incitación por falta de tiempo, ya se sabe, el desayuno. Disimulaban mal su turbación y el bulto que apuntaba en sus pantalones.
Pero aquel negro dudó algo más, se refugió tras una columna y tiró de mis hombros hacia abajo hasta que me encontré de rodillas. Sólo unos lengüetazos y se cubrió. En francés me pidió el número de habitación asegurándome que me llamaría al regresar de la cafetería. Ya, sólo me faltaba creérmelo. Así que regresé a mi cuarto contenta de haber sido tan bien mandada pero con el recuerdo de todos esos buenos mozos bien fresco.

Estaba siendo perdonada convenientemente cuando llamaron a la puerta. La escena merecía haber sido filmada. Delante de la puerta, el que prometió venir, pero asomados a las puertas de las habitaciones colindantes, el resto de los que me había cruzado por el corredor. Algo así no puede dejarse escapar, pensé y cerré la puerta tras de mí. Curioso pero cierto, su habitación era justo la de enfrente. Sin saber muy bien en qué podría acabar aquello, invité al resto a venir con nosotros al cuarto.
Se oían muchas risas nerviosas, pero dudo que ninguno dejara de pasar por aquel cuarto. Dos camas separadas, dos sofás cómodos y una mujer desnudándose en el medio.
Nadie rompía el hielo, unos con la mano por dentro, otros con su miembro por fuera pero ninguno se decidía a tocarme hasta que el negro me acercó hacia sí.
A partir de ese momento me resulta imposible saber cuántos chicos pasaron por aquella estancia. Recuerdo sus caras asomándose, cómo me miraban. La mayoría se acercaba, tocándose, me permitía poca cosa y se corría encima, al lado, en su mano o en la cama. Mientras que los más lanzados dieron rienda suelta a sus pasiones, manejándome a su antojo.
Imposible saber cuánto tiempo estuvimos ahí aunque no debió ser mucho, al cabo de un rato estaban todos subiditos al autobús de la concentración. No esperaban celebrar así la subida de división.
Si lo hubiera planeado, no me hubiera salido tan bien.

 

Texto publicado el 8 de Diciembre de 2008, recuperado de mi blog censurado

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