Blog MariaG

29/06/2013

Extraños en un tren: Regreso de Barcelona

Filed under: Un día en la vida de una puta — MaríaG @ 1:21 pm

Ya era tiempo de regresar a casa después de un intenso fin de semana en la Ciudad Condal. Me acompañó hasta el andén y nos despedimos cariñosamente.

Duré poco sentada en mi asiento. No ponían ninguna película interesante y yo, en cualquier caso, andaba inquieta. Llamé a casa. Mi marido estaba bromista y comenzó a tomarme el pelo con la posibilidad de que ocurriera lo mismo que en el camino de ida; si entonces me había costado todo el viaje pescar algo, ahora, con el tren lleno, sería imposible, por lo cual, lo suyo es que reposara y llegara de vuelta relajadita.

Hubiera podido estar bien ese plan. Pero se me ocurrió dar una vuelta por el tren. Caminé por los pasillos despacio, mirando a los pasajeros, preguntándome por sus vidas, sus razones para viajar,… Entonces mi vista recayó en un chaval, muy guapo él, sentado solo al lado de la ventanilla. No lo dudé, me senté a su lado. Se quedó un tanto asombrado y más cuando comencé a darle palique. No me movía un interés real por su vida, sólo quería comprobar si sería factible convencerle. Le pregunté, a media voz, si tenía novia o la había tenido, pero no, el chico decía ser tímido. No lo pensé más. La propuesta le hizo dudar y le alteró profundamente, tenía la respiración entrecortada, los ojos muy abiertos. Sonrojado se incorporó y sin mediar palabra se dirigió a la parte posterior y me esperó.

Pasamos la cristalera que daba acceso al siguiente vagón, no nos cruzamos con nadie y entramos en el WC, estrecho, minúsculo. El chico temblaba como una hoja, me atrajo hacia él y comencé a besarle mientras le desabrochaba la ropa. Los pantalones caídos, la camisa abierta y sin separar los labios de los suyos, sin contemplar su belleza, sin valorar la firmeza de su verga, me subí sobre él. Despacio, regodeándome en ese momento, me fui dejando deslizar por su miembro hasta que le tuve por completo dentro de mí. Entonces el mozo se contrajo, con movimientos espasmódicos me apretó un poco más fuerte y, se relajó. Entonces las prisas por vestirse, por salir. Como primera experiencia de un chaval; la cosa había sido más bien fugaz pero indescriptiblemente intensa.

Nada más salir llamé por teléfono. Estaba radiante, había conseguido toda una proeza. No esperaba la reacción de mi hombre. Se enfadó mucho, él no contaba con que yo fuera a coquetear por ahí y le había pillado de improviso. Así que me impuso un castigo: No me pondría un dedo encima al llegar a casa si no era capaz de repetir la hazaña 5 veces más, le llamaría puntualmente con cada uno y obtendría en todos los casos leche. Me dio una rabia tal, que no sabía si tirar el teléfono por la ventanilla o echarme a llorar. Me parecía de todo punto imposible cumplirlo. Tras unos minutos de pánico, me serené, no me daría por vencida a la primera.

Comencé una búsqueda sistemática. Primero en la cafetería, casi todos eran hombres solos y a todos me aproximé. Uno leía el periódico y me lo agradecía pero estaba esperándole su novia en la estación; otro no dejaba de repetir que si era una cámara oculta y que tenía novia; un tercero hablaba como si estuviera de vuelta de todo, su mujer dormía y él tomaba un café; un morenito prefería las relaciones más pausadas;… Yo entraba y salía, les abordaba en el pasillo o de pie en la barra. Cuando ya iba a dedicarme a otra táctica, el del café me adelantó en el pasillo y me hizo una seña. Abrió el servicio de minusválidos y entramos. Directamente me inclinó hacia el lavabo y apartó mis bragas para probarme y luego de regodearse unos instantes se bajó la cremallera del pantalón y me tomó sin más miramientos. Por encima de la ropa me agarraba los pechos y me atraía rítmicamente, con fuerza; y sin soltarme comenzó a acelerarse y a emitir quejidos hasta que noté como un calorcito me recorría por dentro y resbalaba por los muslos. Tardó menos que yo en arreglarse la ropa y salir. La chica que estaba fuera esperando miró hacia otro lado cuando se abrió la puerta.

Volví a primera, a mi asiento y el tipo que estaba detrás de mí comenzó a darme palique, en plan conquistador y le seguí el rollo. Quería fumar y nos dirigimos a la zona de las maletas. Cuando se empezó a poner empalagoso le eché un órdago y le propuse entrar ahí mismo a los servicios. El tipo comenzó a meterme mano en los dos escaloncitos de bajada del vagón y seguía requebrando pero nada hacía por ponerlo en práctica. Le di un poco más de tiempo, repetí mi propuesta y me disculpé para ir a dar otra vuelta. Qué coraje me daba el tiempo que me había hecho perder aquel chulito.

Estaba cachas, rubio, claramente extranjero y de pie paseando entre compartimentos. Se le iluminó la cara cuando le dije que me aburría y me cogió la mano rápidamente para llevarme dentro del baño. Me sentó y comenzó a besarme con delicadeza, a desnudarme despacio, a recorrerme primero con la vista como si me estuviera devorando y luego con sus labios. Se tomó su tiempo para complacerme adaptando sus movimientos a mi ritmo y cuando me vio estremecerme entonces se deslizó dentro de mí; me levantó en vilo, ensartada y con sus fuertes manos agarraba mi culo para moverlo arriba y abajo. Yo seguí buscando sus labios y aprovechando cada milímetro de placer que me daba. Me bajó repentinamente y me pidió la boca; la abrí todo lo que pude, jugué con mi lengua y ese capullo tenso y rosado hasta que estalló dejando escapar su simiente. No dejé que se desaprovechara ni una gota.

El panorama en los vagones era desolador, buena parte de la gente dormía. Me quedé en la puerta observando y alguien me siguió con la mirada. Le guiñé un ojo y sonrió; me acerqué a su lado y le hice un gesto con el dedo. Se deslizó sigiloso para no despertar a su acompañante. Una vez fuera comenzamos a reírnos, lo coñazo que eran los viajes largos. Me mordí el labio, le miré picarona y le propuse hacer una locura. Se sobresaltó pero me siguió sin rechistar. Se sentó abriéndose el pantalón, agarró con las dos manos mi cabeza y la retuvo mientras me follaba la boca con violencia, sin miramientos, hasta correrse. Salió pitando.

Volví a mi asiento y el de atrás volvió a darme palique. Pero ya me había cansado de cretinos, así que levanté de nuevo.

Di varias vueltas, ya quedaba poco para llegar y parecía imposible conseguirlo. Me quedaban dos y veinte minutos. No tiraría la toalla hasta el final.

En el furgón de cola, con chándal vestido, escuchaba música. Me apoyé en la pared, levanté mi falda y sin separar los ojos de él, comencé a masturbarme. Se quedó parado; su pantalón comenzó a abultarse y se llevó la mano por fuera para agarrársela. Le hice un gesto con la cabeza y, sin apartar su mano, fue avanzando hacia donde yo estaba. Me giré, aparté mis bragas, dejé que cayeran al suelo y eché el culito para atrás. En segundos tenía su polla pugnando por meterse en mí, empujando como un toro para poseerme. Allí, en el pasillo, de pie, en el vagón. Fueron segundos, minutos quizá pegando mi cara contra la pared y sintiendo el placer de un miembro turgente llenándome con su fuerza.

Cuando llegué a casa, contenta de mis logros, fui recibida con total indiferencia: No había conseguido cumplir el castigo. Así que, con las mismas me fui a la calle. Me dirigí al único sitio que se me ocurrió, un VIPS y en la puerta un taxi parado, su conductor venía de allí precisamente. Antes de que subiera, desde el lado del acompañante, me apoyé en el techo con los brazos cruzados y le dije que me aburría, que mi marido veía el futbol y que seguro que en alguna calle por aquí detrás nadie nos molestaría. Me subí a su lado y me levantó la falda. Paró unos metros más allá, en una calle cualquiera y pasamos a la parte de atrás. Llamé a mi hombre, “aquí está mi quinto semental” y me subí sobre el taxista que estaba ya totalmente preparado. A mi ritmo, complaciéndome en cada movimiento, círculos amplios, después más pequeños. El coche se movía, las ventanillas bajadas, el aire faltaba. Él no dejaba de alabar mi cuerpo, de sobarme en firme, de jalearme.

Y cuando comencé a gemir se unió a mí y nos corrimos estrepitosamente.

Ahora sí, cuando llegara a casa sería recompensada como me merecía, por un servicio social desinteresado e inapreciable, por ser una gran puta.

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