Blog MariaG

04/08/2009

Con cinco chicas más

Filed under: Mis andanzas de putera — MaríaG @ 4:05 am

Faltaban unos minutos para la hora convenida, las doce en punto. No se cuál de las dos iba más nerviosa. El premio que nos había tocado en aquel concurso era extraordinario: una hora con cinco de las chicas de aquella casa. 

Con camiseta, marcando curvas, una rubia nos abrió la puerta. La miré de arriba abajo preguntándome si ésta sería una de ellas.
¡Qué pequeño es el mundo! En el saloncito donde debíamos esperar apareció Lourdes llevando a un cliente saliente de la mano; le saludé cariñosamente, no hacía mucho que nos habíamos visto por última vez. Pero me mostré inflexible, al igual que mi colega: No, no era posible que estuviera presente y sí, realmente muchos se dejarían cortar una mano contal de mirar por un agujerito lo que estaba a punto de pasar en el piso de arriba. Como consolación, Michell le plantó un largo y cálido beso.

Una vez que nos quedamos solas, hablamos un poco de nuestros nervios y de lo extraño que nos resultaba el cambio de papeles. Sabía que serían cinco pero no sabía cuáles. Así que deslicé suavemente mi mano por la cintura de Lourdes y la fui bajando mientras le rogaba encarecidamente que ella también estuviera. No me costó convencerla, a ella también le gustaba el juego.

Avisaron de que estaba todo dispuesto y nos condujeron al piso superior. Una cama amplia en una habitación espaciosa, un ambiente cálido, a media luz. Fue entonces cuando empezaron a entrar, se abrió la puerta y fueron pasando una tras otra. Cada una con su estilo pero todas provocativas, primorosas. Tacones, medias, minifaldas, vestiditos, todas iban divinas pero sin duda destacaba entre todas ellas Lourdes, espléndida y guapísima.
Siete mujeres y una hora por delante.

Silvia, Irene, Mabel, Vanesa y Lourdes. Lourdes, Mabel, Irene y Silvia, se me han gravado a fuego. Formando un semicírculo para envolvernos, mis manos no sabían por cuál de ellas decantarse.
Michell, con la timidez que la caracteriza, quería mirar primero para ir metiéndose poco a poco; es cierto que le gusta mucho mirar pero no podía quedarse fuera y perderse semejante banquete. Mi amante necesitaba uno besitos reconfortantes que sirvieron de acicate.

Y dio comienzo el festival. Bocas entreabiertas se deslizaban por nuestros cuerpos y sus manos ávidas nos recorrían. Minutos eternos de besos continuados, no había un instante en que nuestras bocas estuvieran ociosas. Yo deseaba probarlas a todas y comencé con la que tenía enfrente. Irene se aplicó con pasión a mis labios, mientras Silvia no paraba de sobarme la retaguardia. Se me fue quedando pequeño su escote momento en que la primera prenda salió volando y pude enterrar mi cabeza entre sus pechos. Descubrí con delicadeza los pezones y mi lengua los exploró, primero lentamente hasta terminar succionando con deleite.
Luego le tocó el turno a Mabel, momento en el que tironearon de mi ropa, me vi levantando los brazos para facilitar el trabajo y ayudando con mi falda. Estaba desprevenida, no esperaba el contacto cálido de un cuerpo que se apretaba contra mí, por detrás. Era la diosa del lugar que me agarraba y recorría mi cuerpo con su lengua; mientras, Silvia y Mabel terminaron de desnudarme sin dejar un solo momento de darme placer. Me sentía buscada, deseada, sobre todo por Lourdes; eso me volvía loca, dado que no estoy habituada a un papel pasivo en mis relaciones.

Cuando podía, levantaba la cabeza y espiaba a mi amante. Podía ver su respiración entrecortada y oír sus gemiditos. Aunque no hubiera ocurrido nada más, sólo la intensidad y la sensualidad de las bocas besándose hubieran bastado para sobrecogerme y matarme de gusto.
Deseaba empezar a degustarlas más a fondo y entonces me fijé en una de ellas totalmente vestida. Con su cuerpecito adolescente, Vanesa destilaba inocencia y eso me hizo alterar mi orden de preferencia en la cata. Me puse de rodillas en la cama y le hice un gesto con mi dedo para que se aproximara. Una emoción desconocida me embargaba, me sentía como quien va a desflorar a su primera moza. Se quitó despacio la ropa, quedando sólo lo más íntimo. Pedí ver un poco más y aparecieron unos pechos turgentes con pezones como capullos en flor, desafiantes. Aparté con emoción su bragita, regodeándome en esa primera visión aún velada. No pude resistir más, quería paladear su sabor.

Mientras ella retiraba por completo la prenda de su cuerpo, levanté la cabeza buscando a mi pupila. La encontré a los pies de la cama totalmente rodeada, con los ojos medio cerrados de placer. Se dio cuenta de que la observaba y me dedicó una sonrisa. Le guiñé un ojo y dirigiendo mi mirada hacia una de sus captoras le pedí que me ayudara en mi función de catadora. Parecía como si hubiera estado esperando que yo le diera la señal para caer hambrienta sobre el sexo de Silvia.
Una vez asegurada su ocupación volví a llevar mi boca hacia el cuerpo de Vanesa. Fui recorriéndolo con mi lengua hasta llegar a su monte y lo soñé rubito como era ella y me dio más morbo si cabe explorarla con mis dedos y apreciar el sabor marino de sus jugos.

Manos innumerables recorrían mi cuerpo, incesantes. Alguien dijo entonces, “ahora te toca a ti” y me colocaron boca arriba. A la vez que Mabel me besaba apasionada, Silvia e Irene hacían un tándem perfecto, mientras la primera me buscaba con los deditos, la segunda lo hacía con su boca. Me tenían estremecida, jadeaba y me contraía sin poder distinguir cuál de ellas me otorgaba mayor placer.
El espectáculo era grandioso, todas esas ninfas retozando a mi alrededor para el solaz de los sentidos.

Mientras tanto Michell había sido recostada de la misma manera que yo, pero era la mano experta de Lourdes la que le estaba complaciendo. Ella me buscaba, quería compartir conmigo los distintos sabores que portaba en su boca, conseguidos a base de libar los jugos ajenos. Me entregué a besarla, se había convertido en mensajera de exóticas esencias que yo jamás había probado antes.

Y entonces ocurrió lo que yo estaba deseando que me pasara a mi. Michell se abrió bien de piernas para poder recibir a su amazona. Lourdes la estaba montando, apretaba su cuerpo contra el otro haciendo coincidir sus sexos, frotándose para darle placer y obtenerlo ella al mismo tiempo. La besaba, agarraba de la cabeza y la jaleaba. ¡Cómo se movían! Fue la puntilla, entre todas habían conseguido mi primer orgasmo. Pero ellas seguían en una cabalgada salvaje.

Quería seguir atendiéndolas, me fijé en Irene, tan ocupada estaba de nosotras que merecía su recompensa. Ahora era yo la que avanzaba sobre su cuerpo cual leona, deseosa de hundirme entre sus cálidos y envolventes pechos. Me miraba con deseo, con unos ojos oscuros, penetrantes y lujuriosos. Y yo la besaba, la besaba, me la comía a besos y comencé a recorrer con mis labios su cuerpo, amasando, agarrando con mis manos como si fuera ésta la última mujer que fuera a catar en mi vida. Deseaba que su cuerpo no terminara nunca, que me siguiera abrazando con todo su ser. Mi lengua detectó un tono afrutado según me alejaba más de su ombligo.
No pude evitar pensar en Rosa Amor, cómo nos habríamos compenetrado mi Rosa y yo y en que le estaba siendo infiel con otra y me pediría cuentas, como amante celosa; al fin y al cabo habíamos recibido las dos el premio al mejor lésbico del año. Estaba segura que me lo perdonaría en el momento en que le escenificara aquel momento.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando mis manos le abrieron con firmeza las piernas lo justo para tener acceso a la intimidad de su sexo. Y mi lengua fue buscando la forma, primero toques largos, luego más suaves, variando la presión según el ritmo de sus caderas. Y con las manos agarraba su culito y lo elevaba un poco para llegar mejor con mi lengua al deseado lugar.
Así que no pude ver como Lourdes se había aproximado a mi, pero reconocí su mano en cuanto comenzó a acariciarme. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer conmigo, me manejó como quiso y yo no podía dejar de gemir de placer. Colocó su mano de forma magistral y comenzó a masturbarme. Fue adquiriendo ritmo mientras uno de sus dedos se deslizaba dentro de mi coñito.
Yo seguía sobre Irene y le pedía su boca, que no dejara de besarme. Otro de sus dedos se fue deslizando en busca de otro agujero donde introducirse; y lo consiguió. Me tenía cogida, sujeta por mi punto de gravedad, haciendo pinza con esos dos dedos que no dejaban de moverse. Me jaleaba, provocando que mis jadeos se hicieran cada vez más intensos. En ese momento me agarró del pelo y firmemente tiró de mi, lo suficiente para que yo tuviera que doblar el cuello hacia atrás. Me estaba poseyendo y a mi me volvía loca y le pedía que no parara, hasta que me desbordé por segunda vez, descargando toda la tensión en mis gritos de placer.
Sólo quedaba rematar a Michell, ”ayúdame tú que la conoces mejor” y Lourdes y yo nos pusimos sobre ella, la una con sus dedos y la otra con la boca. Las otras cuatro chicas no cesaban un momento de comerle los pechos, acariciarla, besarla. Ella no daba crédito a lo que veía y les agarraba la cabeza, se contraía. Y fue llegando, lento e intenso, hasta dejarla desmadejada en el corro de chicas traviesas.

La ropa había quedado esparcida por la habitación. Aún bajo los efectos del colosal placer, volvimos a cubrir nuestros cuerpos y nos despedimos cariñosamente. Fue Silvia la encargada de conducirnos de regreso al mundo real.
Definitivamente mi marido se iba a desmayar cuando se lo contara, estaría mordiéndose las uñas a la espera de noticias. Se lo pensaba contar con pelos y señales para que luego me diera mi premio por haber sido tan traviesa. Y así fue, Michell y yo procuramos transmitirle con nuestro cuerpo lo que es difícil contar con palabras. Ahora, cuando trabajamos juntos evocamos estos momentos.

Una experiencia así me confirma una vez más mi necesidad no extinguida de seguir siendo cliente de putas.

Publicado el 4 de Agosto de 2009, Texto recuperado de mi blog censurado

1 comentario »

  1. Aquello debio de ser el paraiso! Ni en los mejores arenes de las mil y una noches

    Comentario by Ivan — 25/05/2011 @ 9:47 am

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