Morriña, lo que tenía lo llaman en mi casa morriña. Esos días en que la normalidad de la vida pesa en exceso y las horas se alargan.
Dejé el coche con las luces encendidas, el almacén estaba oscuro y con aquel frío nada invitaba a permanecer un segundo más de lo imprescindible para cargar el coche.
Y ese día él miraba más profusamente mi escote. Buen mozo, de fuertes espaldas y manos rudas, siempre se había mantenido cauto. Y hoy procuraba alargar la conversación, en tinieblas.
Unas risas y por fin vuelvo a mi coche. Sujetando mi puerta, su comentario no me dejó otra opción: «Con ese escote no me extraña que tengas frío».
Me incorporé y fui hacia él, cogí su mano y le hice introducirla debajo de mi vestido y sopesar ese pecho que tanto estaba entreviendo. Sus ojos tan abiertos como su boca y palabras de incredulidad en sus labios.
Le besé y respondió apasionado, me abrazó, pegó su cuerpo al mío. Comenzó entonces un baile de gemidos sutiles, de respiraciones agitadas, buscábamos frotar, sentir, de pie, uno contra el otro, las bocas juntas, las manos inquietas.
Estaban ambos pechos expuestos, mis pezones endurecidos por sus atenciones, las manos los recorrían y apretaba, sus labios succionaban y yo buscaba con la pelvis, apretaba para sentir le, cada vez más mojada.
Se lo pedí, le pedí que, por favor, me follara, que nos volviéramos locos, que transformara mi día, un lunes de mierda.
Pero no le di tiempo a responder, metí mi mano abriendo la cremallera y me alegré de lo encontrado y de su dureza.
Sin permitir que su mano se separa de mí, me dí la vuelta, levanté mi vestido e hice que mis bragas se deslizaran hasta el suelo. Apoyando las manos en el coche, empujé hacia atrás. Y le sentí. Grande, poderosa, le bastó un pequeño empujón para comenzar a penetrarme. Y mi mano empezó a acompañarse.
Desde atrás, despacio, agarrándome de las caderas, sus golpes de riñón marcaban el ritmo de nuestro placer. Y así comencé a notar esos chorros calientes, a presión, notar como me rellenaba. Y los dos gemimos y ambos fuimos derrotados.
Risas mientras recuperaba mis bragas. Le di las gracias por cambiar mi día mientras mi entrepierna recibía las gotas que de mí se desprendían.
Efectivamente era eso lo que me había faltado en el día y ello lo que me daba la chispa para colocar todo de nuevo sobre mis hombros.
Uno de los mejores relatos de MaríaG, una mujer a la cual la realidad la supera siempre.
Una vez me contó que -aunque parezca inverosímil-el 99% de sus relatos son verídicos. El 1% inventado son los nombres y los lugares exactos.
En su tintero hay excitantes transgresiones sin cuento y situaciones que solo una puta vocacional puede exprimir.
¡Afortunados quienes la disfrutan a placer!
Comentario by Carlos — 14/01/2020 @ 3:51 pm