Debe ser que veo muchas pelis o que mi imaginación corre paralela a mis masturbaciones. El caso es que hace muchísimos años que fantaseaba con la posibilidad de ser lo que todos conocemos por madame.
Claro, la primera imagen que se nos aparece a los que gustamos de ir de putas no es, precisamente, la sofisticación personificada, sino todo lo contrario, mujer madura que ha perdido su afán depredador hasta ganar un aspecto maternal y poco lujurioso.
Lo que ocurre es que mi romanticismo hacía que yo estuviera visualizando otra cosa bien distinta, algo así como en la película «El club Social de Cheyenne». Mujeres joviales, mujeres que convivieran de manera sensual y pudieran ofrecer a los caballeros todos los caprichos soñados. Poca disciplina y mucho sexo.
Ha sido una experiencia fantástica, jamás he estado más rodeada de mujeres y mi cama se ha visto poblada tantas veces y a tantas horas diferentes por mujeres de todas las formas y colores. Todos los pasos fueron fascinantes, el proceso de selección de mujeres normales, sin experiencia, era una excitante aventura. Mi coche, la exposición de los puntos más importantes y, si era posible, una primera experiencia de inmediato. Muchas veces iba yo más nerviosa que ellas pero al tener una fémina delante y poder extender mis brazos para acariciar su pelo y rozarle el cuello, besar en la boca, humedecer sus labios. Me gusta besar a una mujer sorprendida de que lo haga. Me gusta alterarme y ver cómo su respiración es aún más fuerte que la mía. Me gusta ver cómo las defensas van cayendo al lado de la ropa.
Pero ha sido una experiencia dura, difícil. Yo deseaba que ese mismo morbo que me hacía desearlas a todas , contribuyera a que entre ellas no quisieran arrancarse los ojos, que la competencia que se respira en todos los putis, fuera aquí transformada en emoción por la espera, deseo por la chica de al lado, que se despertara una complicidad única.
Me ofrecían, a cada instante, mujeres de bandera, profesionales de todas las nacionalidades para rellenar tropecientas habitaciones. Hubiera sido una opción, seguro que habría tenido bastante éxito. Eso prefiero dejarlo para los que gusten menos que yo de descubrir la falta de castidad de las mujeres casadas.
No, esa no era mi guerra, no, yo quise montar equipos de mujeres que quisieran comerse la vida. Y, por algún tiempo lo conseguí. Y, por ese tiempo se estableció el Paraíso en la Tierra.
Si, por supuesto que lo sé, era romántico y muy complicado, pero han sido los años más intensos de mi vida.