Blog MariaG

10/05/2009

¡Quién lo iba a pensar!

Filed under: Así da gusto ser puta — MaríaG @ 3:13 pm

Llevábamos posponiendo el encuentro varios meses.
A pesar de hablar por teléfono varias veces a la semana hacía ya demasiado que no nos veíamos. Y por fin quedamos en casa. Mientras yo estaba en la clínica ella hizo la compra y nos encontramos en casa. Nos pusimos el delantal y preparamos una suculenta comida mientras cotorreábamos sin parar. 

Los temas comprometidos llegaron ya sentadas a la mesa, terminado el segundo. Parece que una copita de vino ayuda a que la lengua se vuelva un tanto más descarada y la conversación fue subiendo de tono.
Yo le estuve hablando de mis clientes, de placer, de encuentros.
No se escandalizó, antes bien, se puso nerviosa. Y esos nervios procedían de las imágenes que acudían a su mente, de ciertos días hace ya tiempo, en los que compartimos placer y hombres. Y esos días fueron escasos y esos días fueron intensos y esos días no se repitieron. Pero yo siempre la miro con el mismo deseo en mis ojos que el día que la conocí.
Y yo también me puse nerviosa, ella sabe muy bien cómo me gusta. Ser la única fémina que ha probado la intimidad de su cuerpo me provoca más si cabe.

Lo que Susana necesitaba era conocer a un hombre con el que resolver sus calenturas. Eso de ir sin saber con quién te vas a acostar lo rechazaba. O eso decía.

Estábamos con el café cuando me llamaron pidiéndome a Cristina y a otra amiga. Yo no tenía pensado trabajar, estaba tranquilamente con mi amiga en casa, así que llamé a Cristina. Pero no contestó a mis llamadas.
Entonces Susana soltó la propuesta «¿y si vamos las dos?». Me dejó de piedra, ni se me había pasado por la imaginación semejante posibilidad.
¡Mis ruegos habían sido escuchados! Tardé segundos en marcar el número de mi cliente y se mostró encantado del cambio de señoritas.

Apenas daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Ella me preguntó si tendría que hacer un lésbico conmigo porque la idea no le atraía nada. Parece que algo se me va pegando de los hombres, mi respuesta inmediata fue no, claro que no era necesario (sólo era imprescindible).
Le dejé un vestido, él quería que fuéramos muy sexis y para allá que nos marchamos.

Me sentía como una hermana mayor que habla de temas delicados con su pupila. Y el tiempo que tardamos en llegar fue un precalentamiento en toda regla. Porque a ver quién se pasa una hora comentando detalladamente aspectos de su vida sexual sabiendo que en breves instantes estará retozando con su interlocutor. Eso sí, sin rozarnos en todo el tiempo.

Abrió la puerta un tipo normal, de aspecto normal, talla normal y trato normal. Susana estaba medio paralizada y yo me relamía mientras se aproximaba el momento de tenerla a mi alcance. Fue él quien tuvo que animarla para que me besara en los labios y yo quien puso su mano sobre mi piel desnuda.
Me encanta su cuerpo, guapa, cuarenta años, talla perfecta, pelo clarito, ojos claros, vivos, pechos grandes, tipazo y esa voz que te pierde.

Pero claro, que fuera ella la que se tirara sobre mí no entraba en mis planes. Me transportó a tal estado de excitación que resulta indescriptible. Parece que fue mutuo porque cuando ya me tenía medio muerta de placer cambiamos los papeles y me coloqué entre sus piernas dispuesta a todo. Y nuestro cliente disfrutaba viéndonos e iba aprovechando nuestras posturas para que no desatendiéramos sus deseos.

Oír de los labios de Susana «sí!¡Sí!, ¡Sigue así!» me estremecía.
En esos momentos algo dijo él pero ciertamente no podía prestarle atención, sólo tenía boca para ella. Y comenzó a retorcerse, a cerrar con fuerza las piernas y a aumentar la intensidad de sus gemidos. Me supo a gloria su orgasmo.

Cuando salimos ambas estábamos plenamente complacidas. Sí, había sido la medicina que requería, tenía la cara más lozana y estaba pletórica, pero reconocía que ella solita no hubiera sabido qué hacer al encontrarse con él de frente. O eso decía.

Después, para celebrarlo, nos fuimos de compras y mientras, comentábamos los pormenores de lo que nos había pasado ese día de locura.

Hoy hemos vuelto a hablar. Y seguimos estando de acuerdo, lo de ayer fue fantástico y, quién sabe, quizás algún día podamos repetir.

 

Publicado 10-05-2009, texto recuperado de mi blog censurado

05/05/2009

En ellas sueño

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 3:10 pm

04/05/2009

Las sombras del alma humana

Filed under: Como puta por rastrojo — MaríaG @ 3:08 pm

Algo había visto hasta ese día en pelis pero desde luego no reflejaban la realidad.
Fantaseaba alguna vez, pensaba que podría sacarle el morbo a la situación. Así que cuando me llamaron para proponérmelo, lo medité un poco y, al final, consentí. No fui obligada, de hecho cuando me aproximé a la cita mi predisposición era estupenda, deseaba disfrutarlo. Se acercaba la hora de subir a la casa y yo me iba poniendo nerviosa, realmente no sabía qué me esperaba y, sobre todo, quién me recibiría. Su voz al teléfono era suave, incluso tartamudeaba un poco, eso me producía una cierta tranquilidad. Pero estaba muy confundida. 

Me abrió la puerta un tipo de apariencia normal, no especialmente atractivo y con unos quilitos de más. Era la vivienda familiar y se extendían por doquier las fotos de su amante esposa y sus hijos.
Los prolegómenos fueron un poco bruscos pero normalitos. Todo empezó a cambiar cuando subimos a la habitación. Los azotes fueron aumentando en frecuencia e intensidad, la piel empezaba a arderme. Le gustaba ver cómo me ahogaba con su miembro en mi boca, quería hacerme vomitar. Se complacía escupiéndome en la cara. Lo único que podía hacer era rezar para que aquello terminara cuanto antes.
Cuando le dije que no me gustaba nada me dijo con vocecilla de cordero que aquello era lo que a él le daba morbo. Disfrutaba vejando a las mujeres. Desagradable o repugnante no define lo que viví allí y no merece la pena que me extienda más en detalles.

Estuve largo rato bajo el chorro de agua tibia; todo aquello desaparecería de mi cuerpo con una ducha y saldría de allí con la cabeza bien alta. Pero ese ser abyecto, miserable y ruin viviría el resto de su vida con el alma retorcida y la conciencia sucia y eso no se limpia fácilmente.

 

Publicado 04-05-2009, texto recuperado de mi blog censurado

27/04/2009

Por fin MaríaG

Filed under: Y nació MaríaG — MaríaG @ 3:03 pm

Era la mejor manera.
Estábamos de vacaciones y los días nos dieron para morbear de lo lindo. Compramos un teléfono, un número nuevo, pensamos en un texto y nos lanzamos a aquella aventura.
Descolgué. Sería la primera vez que me daría a conocer con mi nuevo oficio. Estaba muy nerviosa y cuando fue una mujer la que me respondió me puse roja hasta las orejas. Afortunadamente no sería ella la encargada de atenderme y después de explicarle lo que pretendía hacer me pasó con un compañero.
Empecé a aflojarme un poco. Le pedí al chico poner un anuncio en prensa, en tales periódicos y en la sección de contactos. Después le dicté el texto. Y a él le gustó. Y yo me reí descargando toda esa tensión acumulada. Y bueno, empecé a contarle lo que queríamos hacer mi marido y yo. Eramos nuevos en ésto, era nuestro primer anuncio y serían nuestros primeros clientes.
Me gustaba su voz y me encontré flirteando telefónicamente con un desconocido. Según se lo iba contando me iba poniendo cada vez más cachonda, me separé un poco más de la gente que me rodeaba para poder meter mi mano por dentro del pantalón, comenzar a tocarme y a acompañarme con la voz. Y él siguió el juego divinamente. 

Los anuncios quedarían puestos para el mes de Septiembre.

Cuando llegó la fecha encendí el teléfono y comenzó a sonar. Aún no me he acostumbrado a cierto tipo de llamadas. La mayor parte de los hombre que me llaman lo hacen por curiosidad, para enterarse de datos prácticos sobre mi persona o mis servicios. Otro grupillo descuelga el auricular con una mano ya ocupada y procura que le facilites la máxima cantidad de material para su imaginación, procurando que no notes la respiración acelerada. Por último, alguno sólo pretende molestar. Me sobresaltaban algunas respuestas groseras, o simplemente el lenguaje empleado, me faltaban tablas al teléfono.

En el anuncio se especificaba la presencia de mi marido. Lejos de ser simplemente una concesión mía, aquello era parte del morbo, no hubiera podido hacerse de otra manera. Aquello era un juego para los dos y de los dos.

Y llegó el primer cliente.
Después de todo lo que me decían al teléfono me costó un poco creerme que realmente íbamos a quedar con alguien. Nos esperaba en un apartamento alquilado por horas en una conocida calle de Madrid. Entró en nuestro morbo desde el principio.
Situada entre los dos recibía caricias y besos de ambos. Y a seis manos desabrochamos todos mis botones. Recuerdo la imagen de los billetes prendidos de mi ropa interior, aún me impresiona.
Me disfrutaron los dos, al mismo tiempo o alternándose. Y mi cuerpo pedía más y me retorcía de placer mientras agarraba la mano de mi hombre. La hora se pasó volando.

Me compré unos pendientes en una subasta de arte y cada vez que los luzco recuerdo con excitación su procedencia.

 

Publicado el 27-04-2009, texto recuperado de mi blog censurado

23/04/2009

Sólo pídemelo

Filed under: Yo misma y nunca toda yo (Galería fotográfica) — MaríaG @ 3:01 pm

22/04/2009

Cuando la carroza se transforma en calabaza

Filed under: Como puta por rastrojo — MaríaG @ 2:53 pm

Me había contratado para pasar toda la noche. No es un servicio que haga frecuentemente, supone para mí un esfuerzo personal importante. Cuando me lo proponen, lo medito. Pasar una noche con un desconocido significa también despertarse a su lado por la mañana, momento en que abres los ojos esperando descubrir a la persona amada y recuerdas entonces que estás en otro sitio, en otros brazos. Y ésto me crea un conflicto. 

Fui con nervios, más de los habituales. Los planes eran cenar algo y dedicarnos después a nuestros cuerpos.
Abrió la puerta, todo estaba correcto. Yo estaba algo más tensa de lo habitual, deseaba sentarme en un restaurante, relajarme y volver a sentirme yo misma. No era la única que acusaba esa tensión, quizá fuera esa su actitud corriente pero me parecía algo más distante de lo que cabría esperar.
Y la cena se anuló, decidió que era mejor quedarnos en el hotel y comenzar con la segunda parte de la cita. Fue entonces cuando lo supe: aquello no funcionaba. Las posibilidades de tener un rato en un sitio neutral para distendernos se habían esfumado. Y no podía apartar de mi mente que necesitaba un cambio de actitud o algo, no sé el qué, necesitaba un punto de ruptura en aquella dinámica. En esas circunstancias el sexo tampoco podía ser muy gratificante.
Y el cambio no llegó, yo no encontré el modo de reconducirlo y él no pareció hacer ningún intento.
Puede que en su cabeza la cita estuviera milimetrada o que simplemente yo no respondiera a sus expectativas. Así que me encontré vistiéndome para irme solo una hora después de haber llegado.
Me fui a mi casa pesarosa. Yo también deseaba haber disfrutado de la cita.

Publicado el 22-04-2009, texto recuperado de mi blog censurado

13/04/2009

El primer anuncio

Filed under: Los primeros pasos — MaríaG @ 2:49 pm

No lo puse yo.

Habíamos comentado nuestro morbo con Rafa, por supuesto una noche en la que los tres estábamos muy ligeros de ropa. Ya estábamos decididos a poner un anuncio, queríamos conseguir un grupito de chicos, cuatro o cinco, para una mañana de esas. A nuestro amigo le encantó la idea y le íbamos informando de los avances. 

Fue una labor de horas delante del ordenador, respondiendo a correos, dando datos y al fin hablando por teléfono. Y llegó el día D y la hora H y allí no se presentó nadie. Lo cierto es que no nos lo esperábamos, seguro que más de uno se arrepintió a última hora o pensó que iba de coña. Pero, no, allí estábamos nosotros con los nervios agarrados al estómago y con un tremendo calentón. Rafa llegaría en 30 minutos y nosotros ¡sólo podíamos invitarle a un café! Le llamé y me dejó de piedra: «no te preocupes, tengo un plan B».

Cuando le vimos llegaba sonriente, no podía imaginar qué rondaba su cabeza. Yo sólo podía abrir mis ojos de asombro al oir su estrategia. Resulta que, cuando vimos fracasada nuestra fantasía, se había metido en un ciber, entrado en no se qué foro y convocado a todos los que allí estaban en ese momento y quisieran sexo. La única condición es que debían de aportar entre todos para el pago del apartamento que se alquilaría, algo así como 20€ cada uno.
Impensable, si lo que yo había estado tejiendo cuidadosamente se había ido al traste, ésto era una idea descabellada. Pero subimos al apartamento por horas que teníamos reservado. Me parecía todo irreal, no era posible que me estuviera desnudando pensando que se presentaría alguien. No podía ser.

Pero fue. Llamaron a la puerta y entró el primero. Rafa hizo de maestro de ceremonias y cuando yo le vi entrar en la habitación me traía a un jovencito bien parecido y muy nervioso. No hacía falta que confesara que era inexperto, me daba más morbo si cabe que no supiera ni por dónde empezar. Empecé a besarle y a acariciarle, andaba muerta de ganas y deseaba que se me tirara encima cuanto antes. Tomé yo la iniciativa y me subí encima.
Entonces oí la puerta, ¡llegaba el segundo! Tardé segundos en correrme, casi lo mismo que aquel chaval. Y cuando me incorporé ya estaba en el cuarto el siguiente. Claro, la puerta había permanecido abierta y por ella se asomaban mi marido y Rafa. Éste también era un chaval agradable a la vista y al tacto, y me retorcía de placer entre sus brazos. 

Sonó de nuevo la puerta y otra vez y yo estaba embriagada por el sexo. Fueron pasando de uno en uno sin pausa, cuando coincidieron varios esperando, se quedaban en el saloncito, se desnudaban y miraban de vez en cuando hacia dentro a ver cómo íbamos. Y como colofón entraron mis guardianes y me palparon completa tal como si quisieran cerciorarse de que estaba entera. ¡Cómo lo gocé! Ahora todo mi cuerpo se deshacía de placer, tenía a mi hombre entre las piernas y nos contábamos al oído todo lo que acabábamos de vivir con la voz entrecortada por la excitación. Hasta que caímos exhaustos.

No podíamos contener la risa mientras nos vestíamos. Me acerqué al montoncito de billetes, estaban en un platito, junto a la entrada. Los sostuve en la mano, ¡¡llevaba media mañana haciendo de puta!! No sabía si enmarcarlos o mezclarlos con el resto, así que nos fuimos los tres a comer, invita la casa.

(Publicado el 13-04-2009, texto recuperado de mi blog censurado)

04/04/2009

¡¡¡Acabo de darme cuenta!!! Ya apuntaba maneras

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 3:31 am

Os parecerá insólito pero así es, me acabo de dar cuenta de que lo mío viene desde antigüo. Lo que no entiendo muy bien es el mecanismo mental por el que jamás se me había ocurrido que aquello era prostituirme. Y lo era.
La cosa empezó durante la universidad. Yo quería estar en contacto con la práctica clínica y necesitaba algo de dinero. Así que me puse a trabajar de auxiliar en una clínica. Después de cerrar, mi jefe me llevaba a casa. Y algunos sábados nos tomábamos el aperitivo con alguno más del personal.
Pasábamos muchas horas en la misma sala, hablábamos del mar y de los peces. Un día, cuando me llevaba de regreso, empezó a contarme los problemas con su mujer. Yo debía tener veinte años y era un tanto ingenua. Se me pasó por la cabeza que podría haber intenciones ocultas detrás de esa charla pero me lo negaba a mí misma, pensaba que debía ser estúpida por tener esas idas. Y lo cierto es que durante días contemplé la posibilidad de que fueran reales mis sospechas y eso me excitaba y me llenaba de pudor al mismo tiempo.

No sabría decir qué fue lo que empezó primero si el sexo o las bagatelas.

Algunos días me pedía que le trajera algo de picar de una panadería cercana, que comprara también algo para mí y cuando regresaba me decía que me quedara con el cambio. Siempre me ha gustado subrayar con lápices de colores y cuando tenía que comprar algo en la papelería de al lado, él sacaba dinero para que comprara lo que quisiera.
A mí todo me parecía muy normal.

Un día que estábamos solos a última hora se acercó por detrás y empezó a tocarme sobre la bata; al moverme yo inquieta su abrazo fue más fuerte y posó sus labios en mi cuello.
Ya estaba perdida.
Me sentí incapaz de resistirme. Y me dejé llevar. Siguieron besos y caricias furtivas por dentro de la ropa y más besos. Todo fue rápido, apasionado y me encontré subida encima de un hombre sentado en una silla, con la camisa abierta y la falda subida, los zapatos puesto y las bragas por los suelos.

Buscábamos el momento para encontrarnos solos, la ocasión, detrás de una puerta, para magrearnos e irnos calentando. Las visitas domiciliarias se alargaban, paraba el coche en cualquier descampado para sobarme a placer. Yo disfrutaba con toda esa picardía y buscaba un nuevo encuentro. Durante aquellos meses probamos todas las dependencias de la clínica .
Cuando su mujer se quedó embarazada aquello era un no parar, llegó incluso a ir a buscarme a casa fuera del horario de trabajo y llamarme para que fuera yo a la suya.

Un día me enamoré de otro. Entonces tomé la decisión de dejar estos escarceos y pensé que sería cosa fácil. Pero no fue así. Se pasaba el día metiendo su mano por cualquier parte de mi cuerpo, era tan descarado que incluso creo que las demás se daban cuenta,. Estaba malhumorado y cortante. Evité que me llevara en su coche. Ya no quiso tomar nada durante las horas de trabajo y yo no volví a comprar mis lápices.

Y poco después me despidió.

 

(Publicado 3-04-2009, texto recuperado de mi blog censurado)

21/03/2009

El día entre camiones

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 3:28 am

Podía haberme ido después del primero pero quería estar horas, ir de uno a otro como hacen esas chicas de carretera que tanto llaman mi atención. No recuerdo cuántas veces pude hacer aquel ofrecimiento, ni tampoco el computo total de vehículo que por allí pasaron. Iban y venían, algunos sólo paraban a tomar algo y continuaban la ruta. 

Hubo un italiano guaperas que dejó a un lado del hornillo lo que preparaba para comer sin pensárselo dos veces;

Ún polaco que afirmaba que jamás, en los tropecientos años que llevaba al volante, le había pasado nada similar;

Un cacereño maduro que me hablaba tiernamente preguntándome por qué estaba yo en ésto;

Un marroquí que quería usar una bolsa de plástico en lugar de un preservativo;

Otro chico que sacó de su cartera todas las monedas que encontró para dármelas porque ya no le quedaban billetes y el que da lo que tiene no está obligado a más;

Y el rubito del este que fue el único que aceptó de entre sus compañeros, en aquella furgoneta que se movía a nuestro ritmo, mientras los otros permanecía esperando fuera.

Todos los encuentro tenían un denominador común, la urgencia. Llevaban días fuera de sus hogares, algunos semanas sin ver a su mujer y me abrazaban con premura, a medio desvestir. Y cuando me marchaba alguno se quedaba taciturno, añorando su terruño.

Me desconocía a mi misma, no sé de dónde saqué la audacia para acercarme a todos los que me encontré aquella mañana. Llamaba a las puertas, me asomaba entre los camiones y me mostraba coqueta con cualquiera.

Se iba aproximando la hora de marchar y sólo me quedaba acercarme al autobus que esta aparcado al fondo. Pensando que tendría pocas posibilidades de éxito, por aquello de que eran dos los conductores, me aproximé.

Dos hombres fornidos y atractivos me miraban sin terminar de creerse lo que les decía. Me miraban y cuchicheaban. Y aceptaron los dos, uno subiría primero y el otro permanecería abajo para después intercambiar los papeles.

Así probé los asientos traseros de un autobus, tumbada con las piernas todo lo abiertas que podía. Y descorrí las cortinillas, las dejé todas abiertas. Yo no paraba de jadear, realmente no podría decir quién de los dos lo estaba disfrutando más.

Me volvía loca ver por las ventanillas al amigo que daba vueltas alrededor como un león enjaulado y a unos cuantos curiosos que, a una prudencial distancia comentaban la jugada, viendo como en un teatro un tórrido espectáculo.

El colega no aguantó más y subió. Se quedó primero en la puerta delantera y poco a poco se fue aproximando hasta que le tuvimos de pie, mirando, tocándose. Cuando terminó el primero no me dejaron moverme. El amigo se subió encima de mí para terminar el trabajo del otro. Y cuando éste también acabó ya estaba el primero listo para el siguiente asalto. No me dejaron descansar ni un segundo. Fue la guinda de aquel hermoso día.

(Publicado 21-03-2009, Texto recuperado de mi blog censurado)

10/02/2009

Camioneros: Mi primer día

Filed under: ¿De dónde nace una una puta como yo? — MaríaG @ 4:58 pm

Era una de mis fantasías recurrentes, a mi cabeza venían imágenes de fornidos camioneros y chicas encaramándose a sus camiones. Creo que he visto demasiadas películas con nenas que hacen autostop, todas muy monas. Fantaseábamos con hacer yo lo mismo, la cabina, la emisora, el pequeño catre todo estimulaba mi imaginación.
Me había fijado en las chicas que se colocan en los márgenes de carreteras y se insinúan a los coches. Quizá eso fuera demasiado para llevarlo a la práctica pero quería experimentar cómo sería eso de llamar a una puerta para pedir, quería saber que se siente ofreciendo tu cuerpo a esos hombres. 

Ideamos un plan: iríamos a un sitio donde aparcaran camiones, a plena luz del día para darme un poco más de confianza. Mi marido aparcaría muy cerca su coche, lo podría observar todo y mantendríamos todo el tiempo la comunicación telefónica, así si algo no iba bien él podría saberlo e intervenir.

Estábamos nerviosísimos, era un morbazo tremendo pensar que podría abordar a un desconocido y tener con el sexo inmediatamente, con mi marido mirando lo que ocurría y esperándome.

El primer día había media docena de camiones aparcados. Me había puesto un vestido muy corto y unas sandalias, como cualquier chica, como una chica cualquiera. Yo estaba muerta de vergüenza pero me bajé del coche, recorrí la distancia que me separaba del primero de los objetivos. Tenía la sensación de que mil ojos me observaban y apenas conseguía levantar la vista del suelo. Llegué hasta la puerta del conductor y llamé.

Abrió la ventanilla y se me quedó mirando un tipo de mediana edad. Sentí como me ponía colorada hasta las orejas mientras que le pedía si me invitaba a subir a su camión. No me entendió, era extranjero y no sabía español, así que se lo repetí como pude en inglés. Entonces llegó la pregunta: ¿cuánto?, hizo el gesto con los dedos y yo a su vez negué con los míos. Ahora si que no entendía nada, volvió a preguntar y obtuvo la misma respuesta. Lleno de sorpresa me dijo que no y subió la ventanilla negando con la cabeza.

Hice acopio de todo mi aplomo y me dirigí al camión que estaba enfrente. No me hizo falta llamar, él había estado mirando la escena todo el tiempo. Era español pero eso no hizo que cambiara en nada la conversación con respecto al anterior y al llegar al apartado económico también negó con la cabeza, eso sí, primero me miró de arriba a bajo y dudó un instante.

Y mendicante fui al tercero, al cuarto, quinto y por último al sexto y en todos los casos la respuesta fue la misma, con mayor o menor grado de estupor masculino. No hice distingos, a todos me ofrecí y todos me rechazaron. Regresé aún colorada al coche, esa noche me esperaría un fogoso premio a mi osadía.

La historia no funcionaba, ellos no se creían que una chica jovencita y mona les ofreciera sexo a cambio de nada, tenía que ser una broma o algo así. Volví otro día y tuvimos que rendirmos a la evidencia: si quería conseguir algo debía pedir dinero. En principio era remisa pero había pasado mucho tiempo ideando esta locura y deseaba intensamente realizarla.

Y lo puse en práctica. Me iba a prostituir. Esta vez cuando llamara a la cabina del camión y me hicieran la consabida pregunta, la respuesta sería 30 €.

Ese día sólo había tres camiones aparcados y uno de ellos con las cortinillas echadas. Respiré hondo y llamé. Rondaría los cincuenta, español bien conservado y agradable pero tan previsible como el resto en la conversación. Cuando le dije el precio y contestó que era muy caro tuve un momento de vacilación, le hubiera espetado que era un cretino que tenía delante a una mujer que se iba a prostituir por primera vez, que yo no tenía precio, que … pero era consciente de que de esa manera no conseguiría realizar mi capricho con la premura que mi deseo exigía. Me comí mi orgullo y subí al camión por 20.

 

(Publicado 10-02-2009, texto recuperado de mi Blog censurado)

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