Blog MariaG

20/05/2012

Aquí o follamos todas o la puta al río

Filed under: Como puta por rastrojo — MaríaG @ 11:51 pm

Me llamó ayer. Era la relaciones públicas de un club. Me planteó la posibilidad de ir al día siguiente por la tarde, habría un espectáculo, mucha animación y necesitarían refuerzos para contentar a todos los caballeros asistentes. Si lo requería, me enviaría un chofer. La invitación era extensiva a mi amiga Lucía Cruz.

Por el momento iba a pensármelo.

Conocer el sitio, ver chicas, sumergirme en el ambiente de club, podíamos pasar una tarde muy divertida. Después de colgar el teléfono, me sumergí en la vorágine del día y no volví a pensar en ello. Así que me pillo de improviso la nueva llamada de esta mañana. No tenía ningún plan concreto para por la tarde y le pregunté si podíamos ir las dos y que nos acompañaría mi marido. Disimuló muy bien su sorpresa, dijo un “por supuesto”  jovial y quedamos en vernos unas horas más tarde.

Él no se sorprendió, muy bien me conoce. Pero ella se puso como un flan. No se esperaba nada así. Sería la primera vez que iba a conocer a profesionales de las de verdad, no como mis amigas y yo, profesionales de las de trabajo a destajo, clubs de carretera y lo que haga falta. Nada sabíamos sobre la concreción de lo que allí encontraríamos pero podía suponer por donde andaría la cosa. Metimos en una bolsa de viaje cuatro cosas y con los vaqueros y la cara lavada nos plantamos allí.

Todo estaba nuevo y relimpio, el club por un lado, el hotel por otro. En las plantas inferiores, las habitaciones de las chicas y las superiores para ocuparlas con los clientes. La recepción con sus sábanas limpias de a 3 higiénicos euros. Un letrero en la puerta con los horarios de las comidas. Y media docena de señores en camiseta que iban y venían de un lado a otro llevando cosas, portando herramienta, transportando vituallas. Parece que poco tiempo hacía que había sido inaugurado.

Con una habitación para cada chica, aquello tenía pinta de ser confortable. Abrimos la bolsa y nos preparamos. Lucía se sentía más cómoda con su vestido favorito, uno de cuadros, muy cuco,  de tirantes,  sus braguitas de algodón y una coleta bien alta; en cualquier caso una imagen muy poco frecuente en estos lares. Yo sería más clásica, corsé, encajes, ligueros, plumas, negro y oro, tacón de aguja, melena suelta. La imagen de las rameras de otro siglo rondaba mi imaginación al elegir la ropa.

Cerramos la puerta detrás y recorrimos un infinito pasillo hasta que la música pachanguera nos envolvió. Abrimos las cortinas y penetramos en la penumbra. María nos mostró las instalaciones mientras nos amenizaba con chascarrillos, muy animada, aquí el comedor, aquí el “chupa-rapit”, por aquí a las habitaciones. Las copas, los precios, el esquema común.

Lucía no podía cerrar la boca. Seguía trémula y sonreía con una mezcla de inocencia y picardía.

Fue ella la primera que detectó aquel tremendo trasero. Dos grupos de chicas bien diferenciados nos miraban de reojo. Primero simplemente nos quedamos en la barra. Mientras comentábamos la jugada, yo me iba fijando en aquellas mujeres. Ahora eran todo sonrisas entre ellas, dentro de un rato, cuando fueran apareciendo los hombres, se desmembrarían por parejas e iniciarían la guerra.

Al rato de estar sentadita en la barra, María me regaló un rato de cháchara. No me pude sustraer y le pregunté si ella también trabajaba. Dando gracias a Dios por haber dejado este trabajo me dijo que no, que había conseguido cerrar esa etapa de su vida. Ella había montado una casa muy bonita, con un montón de chicas, para ganar mucho dinero pero ya no había aguantado más. Pensaba que era un trabajo asqueroso. Y comentó más sobre la repulsión que le daba que le pidieran un dúplex y otra serie de lindezas. Antes de que tuviera que irse, le dije que esperaba que no les hablara así a todas las chicas porque más bien parecía una forma de desanimarlas. Me miró como si yo fuera un marciano, cualquier posibilidad de ver la prostitución como algo gustoso era para ella, simplemente, inconcebible. Me quedé apoyada en la barra con un vaso de agua delante, contemplando el panorama.

Resultaba incómodo estar allí siendo observada, así que tomé la iniciativa y me acerqué al grupo más nutrido. Me presenté, todas me dieron dos besos y dejaron que mi mano se posara, una tras otra, en su cintura. Dominicanas de edades diversas. La más joven, rondaba los 25, con un precioso cuerpo estilizado y rasgos con pinceladas orientales.

De la mayor, nadie diría que pasaba de los cuarenta, con una sonrisa entregada y manos pequeñas. Una mulata de trenzas largas con un escote como para perderse en él y labios carnosos. Con su bonito cuerpo, aquella rubia mostraba  cansancio sólo en los ojos. Leona de melena negra al viento, ojos negros, piel tostada y un vestido que no disimulaba sus curvas.

Todas hablaban de sus familias, de cuántos hijos y cómo, de cocina, cualquier cosa para matar el tedio. La una estaba casada y le decía al marido que cuidaba unos niños trabajando como interna; otra volvía todos los días a casa para estar con su familia; una quería ahorrar para mandarle dinero a su madre que estaba allá, en su país. Salieron varios temas curiosos, una de ellas mencionó el griego y, salvo una que alguna vez lo había hecho y que le dolía, todas decían que eso no se hace con un cliente. Les pregunté si alguna de las chicas del local le gustaban las mujeres. Todas se reían, claro que sí, todas podrían subir con un cliente, “mientras me lo haga a mí y yo no tenga que hacer nada”. Pero al decir que no, que no preguntaba por un show sino por algo real, con sexo de verdad, dijeron que no, pusieron cara de asco y me preguntaron si yo no sería tortillera. Me reía a carcajadas.

Les presenté a Lucía. Todas se admiraban de su tierna edad, decían que les recordaba a sus hijas. Todas le preguntaban qué hacía allí.

Dejé que ella se valiera por sí misma y me acerqué primero a las colombianas y después a las rumanas. Lo que no podía suponer es que, en mi ausencia se la iban a llevar a un aparte. Como gallinas cluecas corrieron a un supuesto socorro. La premisa que todas esgrimieron es que yo era su madam y que la extorsionaba. Ninguna quiso oír como mi pupila se defendía y afirmaba estar ahí de forma voluntaria. Pero cuando dejaron de creerla fue cuando dijo que le gustaba el sexo y la prostitución. ESO NO es admisible. Se puede ser puta, pero hay que ser decente y NO puedes disfrutar con ESO.

La escusa estaba servida. Y las gatas afilaron sus colmillos. En algún momento entrarían clientes y nosotras seríamos una competencia dura. Dos españolas guapas, de buen tipo, muy pícaras, provocando la lascivia de los hombres con nuestros besos.

No era la primera vez que me encontraba con éste tipo de envidias femeninas. Durante los días que pasé en otro club tuve que aguantarme cuando el encargado me llamó al orden porque vestía con poca decencia. Era la que más ropa llevaba puesta de las doscientas chicas del local.

Ningún caballero nos había honrado con su presencia hasta el momento de la cena. Pasamos en el primer turno, con los nervios ambas habíamos dejado el yantar para otro momento y ahora necesitábamos reponernos.

Había cambiado la actitud de la relaciones. Me acerqué a una de las mulatas para hacerle un comentario, nada de importancia. Ella se interpuso y dijo que no, que con sus chicas no. No entendía muy bien a qué se refería pero empezaba a sospechar. Si las fijas del lugar iban con el cuento a la encargada, nadie se pondría de nuestra parte. Para la propiedad sería más importante tener a las chicas que allí se alojan contentas, al fin y al cabo son ellas las que sostienen el negocio.

Fue extraño, todas habían desaparecido. El primer cliente y nadie las avisó para que fueran al salón. Lucía se escondía detrás de mí. Le susurré “¡venga! ¡Gánate el pan!” pero  salvo acercase un poco, colocarse entre los dos, nada más ocurrió. Me reí, le pedí disculpas al cliente, era su primera vez allí y era muy tímida.

Luego entraron dos más y después otros dos. Lucía se estaba animando. Comencé a besarla, como mi amante, como a mi novia y ella aflojó los miembros, relajó el talle y me miró sonriente.

Y estábamos terminando de cerrar el trato antes de subir con ellos. Al otro lado de la barra la encargada, muy seria, hablaba con mi marido. Intuí lo que pasaba y ambas, cogidas de la mano, salimos de la sala sin despedirnos de nadie.

Lo habían conseguido, dos lobas menos para repartir la carnaza.

3 Comments »

  1. Una fantástica experiencia… Mis nervios.. se fueron convirtiendo en una dulce mirada, quizás un tanto pícara… con ganas de querer aprender mas… y mas cada día.

    Comentario by LucíaCruz — 21/05/2012 @ 3:19 am

  2. Es que nuestra ninfa mariag es la mejor….por cierto lucia a ver si te conozco en persona eres preciosa y me gustaria estar contigo alguna vez….besos…

    Comentario by jose — 24/05/2012 @ 2:24 am

  3. ¿Pero que hacía una chica como tú en un lugar como ese….?

    Pregunta NO retórica. Cada día me soprendes más, y no porque te especialices en hacer de tu vida secreta un torbellino de sensaciones sino porque aún no te has dado cuenta de que eres una fuera de serie, una persona que desafía los manuales de psicología y las convenciones.

    Te he leído metida en los más inverosímiles fregados, pero éste me ha gustado enormemente porque describes con sagacidad de buen periodista lo que se mueve en las cabecitas de esas chicas que venden sexo, que alquilan sus vaginas y su boca con todos los prejuicios del mundo siempre «por deber», para pagar la casa de sus hijos o porque fregar es más cansado.
    Si, ya sé, ya sé que ninguna es despreciable por ese hecho, y sé que la vida es dura para los que viven fuera de su país. Pero el sexo que venden (que no tiempo ni alma) es rutinario, mecánico falso y vacío, mientras que ls carencias de sus eventuales clientes suelen ser verdaderas. El fracaso está cantado.
    Me limito a reconocer aquí que MariaG no se puede encasillar dentro de las cuatro letras, porque es mucho más que eso. No eres la única que se salta «la decencia» que impone dar placer sin recibirlo, dejarse follar y fingir. No eres la única para la cual cobrar es absolútamente accesorio y para la cual lo importante es sentirse a gusto. No eres la única, pero eres de las mejores de este país, y eres única en muchos aspectos que prefiero callar.
    Me congratula que Lucía siga tus pasos.

    À bientôt, mon amie

    Comentario by Carlosnv — 24/05/2012 @ 12:54 pm

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